Islas remotas que merece la pena visitar

Islas remotas: 3. Rebun, el norte que invita a viajar

Cultura

Rebun representa el punto más septentrional del país si exceptuamos los llamados Territorios del Norte, que continúan ocupados por Rusia. La vegetación alpina de la isla, cuyas especies florecen entre finales de abril y septiembre, le ha ganado el apodo de “Hana-no-ukishima” o “isla-jardín flotante”. Entre los muchos frutos del mar que enriquecen la gastronomía local destaca el erizo marino, que se captura a principios del verano. Demos un paseo por esta isla de imponentes paisajes y delicias culinarias.

El senderismo, el mejor modo de disfrutar de la isla

Quien desee extraer de Rebun-tō (isla de Rebun) todo su sabor, lo más indicado es lanzarse a recorrer sus senderos. Para una gira rápida por los puntos turísticos, el visitante tiene a su disposición autocares y vehículos de alquiler, pero para captar la esencia de la isla, lo mejor es hacerlo a paso de caminante. A ese fin, existen siete grandes rutas que han sido habilitadas por grupos de voluntarios.

Para los amantes de las flores, la ruta ideal es la llamada “Momoiwa tenbōdai kōsu”, que va del mirador de Momoiwa a Shiretoko (topónimo que tiene su origen en una palabra ainu que significa “finis terre”), pasando por el faro de Motochi. Es una ruta sin subidas ni bajadas demasiado exigentes, que para mayor comodidad de acceso tiene en sus dos extremos dos paradas de autobús: Momoiwatozan-guchi y Shiretoko. Las inmediaciones del mirador de Momoiwa ofrecen ya una flora suficientemente variada, así que podemos dejar la caminata hasta Shiretoko para los más animados. Y está también la opción de iniciar el ascenso en Shiretoko para ir bajando después hasta la parada de Momoiwatozan-guchi. Esta ruta ofrece también excelentes vistas del mar y de la cercana Rishiri-tō (isla de Rishiri), coronada por el monte Rishiri-san, también conocido como “Fuji de Rishiri” por su soberbia silueta.

Las flores de la especie ezonohakusan´ichige (Anemone narcissiflora var. sachalinensis) motean los campos a ambos lados de la ruta “Momoiwa tenbōdai kōsu”.

Pero hay otras seis rutas. La “Misakimeguri kōsu” o “ruta de los cabos”, es una sucesión de magníficos paisajes costeros. Quien desee recorrer cómodamente los humedales que bordean el lago y las llanuras herbáceas puede elegir la ruta “Kushu kohan kōsu”. Para la contemplación de las matas de la especie rebun-usuyuki-sō (Leontopodium discolor), la mejor es la “Rebun rindō kōsu”, y para llegar hasta la cascada de Rebun, la “Rebuntaki kōsu”, un camino de ida y vuelta que atraviesa montañas y valles con rica vegetación alpina. Está, además, la “Rebundake kōsu”, que conduce al pico más alto de la isla, desde cuya cumbre se domina no solo la isla, sino la de Rishiri, con su gran monte, y las costas de Hokkaidō y Karafuto (Sajalin), así como la isla rusa de Moneron. Finalmente, está la “Ruta de las ocho horas”, con praderas, bosques, costas y roquedales para satisfacer a cualquiera. Una interesante posibilidad es caminar durante un día entero fundiendo esta última ruta con tres de las anteriores (“Misakimeguri”, “Rebun rindō” y “Momoiwa tenbōdai”), caminando así 35 kilómetros entre el cabo de Sukoton, en el extremo norte, y Shiretoko, en el extremo sur. Habrá que tener en cuenta, eso sí, que será un recorrido muy accidentado, pues se asciende hasta altitudes de 300 metros para descender luego hasta el nivel del mar, por lo que se recomienda solo a los caminantes más curtidos. Valga decir que el que suscribe la completó en unas 12 horas.

El monte Rishiri recibe las últimas luces del día en una vista obtenida desde Shiretoko, en la isla de Rebun.

Tres alojamientos muy útiles para informarse sobre la floración de las distintas especies vegetales y sobre los senderos son el Seikan-sō de Sukoton (zona norte) y el youth hostel Momoiwa-sō y el minshuku Hamanasu de Shiretoko (zona sur). En el primero de ellos, es posible obtener la información más actualizada ya que, después de cenar, los alojados suelen poner en común sus experiencias del día. Y como todos comparten sus planes para los siguientes días, quienes desean recorrer una misma ruta pueden ponerse de acuerdo y formar grupos. Los visitantes más asiduos son una fuente de información con un nivel de precisión difícil de alcanzar en internet o en guías impresas.

Panorámica norte desde un punto de la ruta “Momoiwa tenbōdai kōsu”. Al fondo, a la derecha, Momoiwa. Los tejados rojos son los del youth hostel Momoiwa-sō.

Una preciosidad que solo nace en Rebun

Si me preguntasen cuál es la flor más bonita que he visto en mi vida, la primera respuesta que vendría a mi mente sería el rebun-atsumori-sō (Cypripedium marcanthum var. rebunense), de color crema pálido. Rebun es el único lugar del mundo donde puede encontrarse esta flor. Supe de ella por primera vez a través de una tarjeta postal que encontré en la isla, en el otoño de 1972. La postal mostraba una pradera con tres orondas flores de color crema, que parecían sonreír tímidamente. Me encantaron y me prometí a mí mismo ir a su encuentro al año siguiente.

En junio del año siguiente, con aquella misma postal como referencia, me dirigí hacia la zona de Momoiwa (actualmente cerrada al público), muy rica en vegetación alpina. Pero cuando le pregunté a uno de los guardas de esta reserva natural dónde crecía esta planta, su respuesta fue cruel: “Tan pronto como salen las flores, tenemos que cortarlas para que no atraigan las miradas de los ladrones, así que no creo que pueda encontrar usted ni una sola”. Donde sí pueden encontrarse es en las colonias de estas flores que crecen bajo protección entre los lugares de Hamanaka y Teppu. Pero mi ilusión era encontrarlas en estado natural, fuera de las áreas protegidas. ¡La alegría que experimenté cuando, dejándome guiar por el esquema de biotopo que mostraba mi postal, logré encontrar una de ellas a media altura, en un barranco! Me quedé allí un buen rato, contemplando la inocente belleza de aquella flor que se batía con el viento.

El rebun-atsumori-sō (Cypripedium marcanthum var. rebunense) de la isla de Rebun, una flor que no crece en ningún otro lugar del mundo.

En los últimos años, nunca he faltado a mi cita anual con esta rareza del mundo vegetal. Durante la temporada de floración, todas las habitaciones de la pensión Seikan-sō, en Sukoton, quedan ocupadas por enamorados de estas flores que inician aquí su peculiar peregrinación. Hay, incluso, quien aprovecha todos los días de vacaciones pagadas que su empresa le concede en un año para viajar a Rebun por esas fechas. En el Centro de Cultivo del Parque de la Flora Alpina continúan estudiando la forma de propagar estas plantas y últimamente se ha hallado el método de conseguir un gran número de flores. Pero, comparándolas con las que crecen en estado natural, las cultivadas parecen más frágiles. El especialista que inició estas investigaciones se propuso llegar a comercializar plantones para disuadir de esta forma a los ladrones, pero a fecha de hoy no se ha conseguido.

Gracias posiblemente al celo con el que ha sido protegida, el rebun-atsumori-sō está entrando en fase de expansión e incluso se ha hecho pública la existencia de una nueva colonia a unos dos kilómetros del lugar donde crecía esta especie en estado natural. Sería deseable que esta expansión tuviera continuidad. Incluso en julio o agosto, fuera ya de temporada, podemos contemplar estas flores en el Parque de la Flora Alpina, donde el ciclo de floración puede regularse controlando las condiciones de crecimiento.

Un erizo de mar de paladar inigualable

A principios del verano, cuando muchas las flores alpinas compiten en belleza, se abre la temporada de captura del erizo de mar. Temprano por la mañana, con las aguas que rodean la isla en calma, en los puertos pesqueros se izan las banderas y se emite una señal sonora. Al unísono, los pescadores se hacen a la mar. Cada cual tiene su lugar de captura y, una vez allí, se sirven de cajones de madera con ventanilla de vidrio para observar más claramente el fondo marino. Tras localizar a los erizos, que suelen estar alimentándose de konbu y otras algas, los capturan con tamoami (redes de mano con mango similares a cazamariposas) y, cuando han acumulado un cierto número, van depositándolos rápidamente en las barcas.

Pescadores de Shiretoko, en la isla de Rebun, pescan erizos con el Rishiri-san o “Fuji de Rishiri” como fondo.

Las barcas están dotadas de unos remos especiales que pueden accionarse con las piernas, de forma que los pescadores puedan moverlas sin interrumpir su labor de búsqueda. Cuando esta no da resultados, se sirven de un pequeño motor fuera-borda para trasladarse unas decenas de metros más allá, donde continúan buscando. Cada barca lleva a un único ocupante, que efectúa su labor en silencio pero aprisa y dentro de una gran tensión, que se transmite también al observador. Después de desayunar en la pensión volví a la costa, donde vi cómo, una a una, iban regresando las barcas. El tiempo máximo de captura se ha fijado en 40 minutos, una limitación que tiene por objeto proteger la especie. El volumen de la captura no depende, pues, del tiempo dedicado, sino de la pericia y resistencia física del pescador.

En los descargaderos del puerto, pescadores con rostros surcados de profundas arrugas van trasladando los erizos, que forman pequeños montones en sus barcas, a contenedores en forma de cesta. Las capturas son mixtas, con dos variedades de erizo: la llamada gaze (jap.: ezo-bafun´uni; Strongylocentrotus intermedius) y la nona (jap.: kitamurasakiuni; Strongylocentrotus nudus A. Agassiz). ¿Habrá sido provechosa la jornada?

“Pues no demasiado”, responde uno de los pescadores, “el agua estaba turbia y… aunque la temporada del gaze no ha hecho más que empezar, no he podido conseguir más que esto. ¿Quieres probar?”, añade con su característico acento local.

Usando diestramente el makiri (cuchillo), saja un nona que todavía se movía misteriosamente y lo planta en el borde de su barca. Dando las gracias, raspo la cavidad con el dedo índice para extraer la carne, que absorbo fácilmente, sintiendo cómo se disuelve y expande su dulzor por toda la boca. ¡Exquisito!

Quien lo haya probado ya no podrá contentarse con ningún otro erizo de mar. Hace poco, el dueño de un famoso restaurante de Nihonbashi (centro de Tokio) que acababa de conocer sus bondades me endilgó todo un panegírico del erizo de mar de Rebun. Ciertamente, es una delicia que levanta pasiones.

Sanshokudon o “bol de los tres colores” que se sirve en el restaurante Atoi Shokudō. Erizo de mar, huevas de salmón y langostinos botan’ebi.

En el pequeño taller cercano al puerto, toda una familia se afana extrayendo la carne del erizo de su cascarón de púas. Se ve a una joven madre con su bebé a cuestas, un hombre y una mujer de más edad y un niño pequeño que, preguntado por su edad, levanta cuatro deditos mientras dice “yon-sai”. También él usa diestramente el makiri para sajar el cascarón. Su madre nos explica que el pequeño colabora en la faena desde los dos años, tierna edad a la que ya observaba el trabajo de los mayores y se empeñaba en imitarlo.

Consciente de ser observado por un extraño, el niño saja diestramente un erizo más y lo muestra orgulloso, tomándolo en su pequeña mano enguantada.

El erizo de mar es un recurso que se está agotando y la tendencia se ha acentuado últimamente, hasta el punto de que se rumorea que podría decretarse una veda de varios años. No cabe sino desear que el volumen de capturas se ponga bajo control y se acondicionen las zonas marítimas que ocupan para que podamos disfrutar eternamente de este glorioso fruto del mar.

Awabikotan, un secadero de konbu de la isla de Rebun.

El cabo Sukai, en Rebun.

Datos

  • Accesos: A una hora y 55 minutos en el ferry Heartland desde el puerto de Wakkanai (Hokkaidō).
  • Extensión: 81,33 kilómetros cuadrados.
  • Población: 2.604 habitantes.

Fotografías y texto: Saitō Jun

Fotografía del titular:
Panorámica del cabo Sukoton y la isla de Todo desde un punto de la ruta de senderismo “Misakimeguri kōsu”.

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