Maruyama Yasuhiko: la experiencia de un ‘hikikomori’

Sociedad

Maruyama Yasuhiko tardó siete años en graduarse del instituto, y desde mediados de los veinte a principios de los treinta fue un hikikomori. Es fundador de la asesoría Human Studio, donde en la actualidad realizan trabajos de asesoramiento y reuniones con familias. ¿Cómo logró superar su enfermedad? El autor, Ishizaki Morito, también comparte experiencia con Maruyama como hikikomori, y compagina su trabajo actual con labores de editor para el Hikikomori Shinbun, un periódico para los afectados por este trastorno.

Maruyama Yasuhiko MARUYAMA Yasuhiko

Nacido en Tokio en 1964. Debido a sus ausencias tardó siete años en graduarse en el instituto. Tras graduarse en la universidad trabajó un tiempo como profesor de instituto y después se convirtió en hikikomori; fundó la asesoría Human Studio para formar y ayudar a jóvenes. En la actualidad realiza labores de asesoramiento a jóvenes con este problema y reuniones con familias. Es autor de Futōkō-hikikomori ga owaru toki (Cuando termina el hikikomori; Life Support, 2014)

Hikikomori: desconfianza hacia la sociedad y las personas

ENTREVISTADOR Seguramente hubo muchos factores que lo llevaron a convertirse en hikikomori, pero ¿podría hacernos un resumen de lo principal?

MARUYAMA YASUHIKO Tras graduarme en una escuela de la que me había ausentado con frecuencia durante siete años, también me gradué en la universidad. Sin embargo, aunque tenía en mente convertirme en docente, mi búsqueda de empleo no me fue demasiado bien, tuve problemas con el apoyo de mis padres o de personas en las que confiaba, y abrumado por la sensación de haber sido traicionado me fui convirtiendo en hikikomori. Permanecí en ese estado desde mediados de los veinte hasta principios de los treinta.

En esa época no lograba llegar a conceptos tan simples y flexibles como la idea de arreglar mi caos mental, superar el problema y regresar a la sociedad, y llegué a creer que nunca podría hacerlo. Al reflexionar ahora sobre ello, creo que si hubiera contado con alguien con quien poder hablar con tranquilidad y franqueza, no me habría sentido así.

ENTREVISTADOR ¿Qué clase de ansiedades y dolores sentía en la época de hikikomori?

MARUYAMA En mi caso yo no pasaba largos periodos lamentándome en casa, sino que podía salir una vez al mes a comprar libros y me movía bastante, pero esto no representaba ningún tipo de consuelo para mí. Me dolía comprobar que esta sociedad cuenta con valores que dan por supuesto el hecho de que cuando uno se hace adulto debe trabajar. Mi pensamiento era altamente negativo: la desconfianza en el ser humano y en la sociedad me impedían salir a ella.

Por ejemplo, en aquella época casi todas las personas que iban a trabajar usaban pases mensuales de tren, y yo era el único que compraba billetes. Esta diferencia me acomplejaba. Yo no trabajaba, no ganaba dinero. El hecho de no formar parte de la sociedad me resultaba doloroso, me avergonzaba, y eso me impedía avanzar. Era como si me hubieran atado pesos a los pies.

Para cuando había perdido por completo la esperanza ya no hacía nada más que comer frente a la televisión, tumbarme y lamentarme, sin sentir otra cosa que autoacusación y desesperación.

Vivir como los animales en la sabana

ENTREVISTADOR ¿Cómo logró dejar de ser hikikomori y llegar a su situación actual?

MARUYAMA En el cuarto año de mi enfermedad sentí deseos de reincorporarme a la sociedad por cierto motivo. Yo tardé siete años en graduarme en el instituto, pero cada año participaba en la reunión general de antiguos alumnos, y me tocó el turno de trabajar como organizador, justo en la ocasión en que mis compañeros celebraban el décimo aniversario de su graduación. En cierto sentido ese trabajo me resultó muy divertido. Sentí deseos de disfrutar siempre de ese modo, y comencé a buscar empleo. Hasta entonces me había mantenido apartado de la mirada de la sociedad. Creo que me mantenía a flote cerrando los ojos a la sociedad, para no caer a profundidades de desesperación aún mayores.

Para ello debía hacer frente directamente a la sociedad. Por fin empezaba a preguntarme en serio qué estaba haciendo con mi vida, mientras todos los de mi generación estaban trabajando, se habían casado y tenían hijos. Además de culparme a mí mismo sentía una envidia malsana hacia los miembros de la sociedad. Quizá si la búsqueda de empleo me hubiera ido mejor las cosas habrían sido diferentes, pero como ya tenía más de treinta años aquello era un desastre. Mi misma existencia iba perdiendo significado para mí. Me desesperaba no poder llevar una vida que cualquier persona normal daría por sentada. Si la población mundial era de 6.000 millones de personas, yo era el último de ellos, y me dirigía hacia mi muerte sin que nadie se fijara en mí; lo más duro de todo era cuando me culpaba a mí mismo por no contar con cualificaciones que me permitieran ganarme la vida.

Un buen día me vino a la mente de pronto una imagen con muchos animales salvajes en la sabana. Esos animales viven y mueren sin recibir el respeto de nadie. Son vidas completamente naturales: se vive, se muere y se regresa a la tierra. Yo, como ejemplar inferior de ser humano, era incapaz de sobrevivir; pero quizá pudiera hacerlo como bestia salvaje. Es decir: haces aquello que quieres hacer, y cuando se te acaba el dinero caes y mueres. Vives confiando en la naturaleza en cada momento. Al ver aquella imagen en mi mente también vi una forma de comprender mi vida como nunca antes había imaginado.

Como resultado me liberé del concepto de normalidad que tanto me había preocupado hasta entonces y comencé a sentirme tranquilo.

Por mi experiencia y la de otras personas con las que he hablado de este tema, creo que existe una correlación entre esa tranquilidad y un aumento en la energía vital. La energía no aumenta si los sentimientos de la persona no se calman. Yo iba sintiendo poco a poco cómo mi energía aumentaba a medida que comenzaban a calmarse mis emociones, y pude empezar a realizar actividades por mí mismo, como ponerme en contacto con los que padecían de hikikomori, o buscar trabajo.

Antes de convertirme en hikikomori yo aspiraba a ser profesor y consideraba que la educación era algo bueno, pero ahora considero que los niños que la reciben deben soportar una presión y un control que no resultan nada buenos. Pensé en desarrollar esas ideas y empecé a estudiar sobre el apoyo a los jóvenes, la ausencia escolar, el hikikomori y el asesoramiento, y fundé la asesoría privada Human Studio, en la que ahora nos encontramos.

En mi caso yo había tocado fondo y no podía hacer nada por mí mismo, y sin embargo sentí algo que nacía de mi mente, no sé si considerarlo una experiencia mística o un don del cielo. Cuando por fin pude comprender esa nueva forma de ver la vida, esa nueva forma de vivir, dejé de necesitar mi antigua visión del mundo sobre lo que significa “vivir con normalidad”, porque ya me había aferrado con toda mi alma a esa nueva visión de la vida. Y creo que esa imagen se está convirtiendo en el núcleo de mi ser.

ENTREVISTADOR Muchas gracias.

Dos supervivientes: Hayashi Kyōko y Maruyama Yasuhiko

(Pueden leer también el artículo anterior de la serie: ‘Hikikomori’ en primera persona: el testimonio de Hayashi Kyōko)

(Artículo traducido al español del original en japonés)

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