Consejos para afrontar las dificultades de la vida

Superar la presión grupal para conservar nuestra identidad como individuo

Sociedad

En Japón no está bien visto que el individuo destaque; se prefiere la homogeneidad entre los miembros que componen el grupo. Sin embargo, sacrificar la propia identidad por miedo a quedarse aislado resulta doloroso. En esta cuarta entrega de la serie, el veterano psiquiatra Izumiya Kanji nos habla sobre la importancia de ser valientes y no dejarnos anular por el grupo.

¿De verdad vivimos en una sociedad?

En anteriores entregas de esta serie hablamos de cómo reconectar con nosotros mismos enfocándonos en nuestro interior. Esta vez reflexionaremos sobre los problemas externos, que no habíamos tratado hasta ahora.

Supuestamente los japoneses, ciudadanos de un país desarrollado y democrático, vivimos en una sociedad que valora la individualidad. Pero ¿hasta qué punto es eso cierto?

Problemas como el abuso de la autoridad, el abuso sexual y el sontaku (obediencia a los deseos implícitos de un superior) de la burocracia levantan un gran revuelo en los medios de comunicación en estos últimos tiempos. El acoso escolar y el laboral siguen proliferando, sin que ninguna de las medidas adoptadas logre reducirlos lo más mínimo. ¿Qué pasa con esa sociedad que supuestamente respeta al individuo?

 La diferencia entre sociedad y aldea

Los términos cotidianos shakai (sociedad) y kojin (individuo) se introdujeron en la lengua japonesa de forma precipitada a principios de la era Meiji (desde 1868), como traducción del inglés society e individual. La ausencia de esas dos palabras en el vocabulario nipón indica que los conceptos que designan tampoco existían en Japón anteriormente. ¿Qué había, entonces, en su lugar?

En Japón originalmente existía un seken (‘público’), que estaba compuesto de mura (‘aldeas’) de distintos tamaños. Todas las personas eran miembros de una aldea y tenían que conservar su homogeneidad; no estaba bien visto que resaltasen su carácter individual. La aldea otorgaba mucha importancia a las costumbres y los precedentes, y se regía por una ley no escrita llamada kuuki (‘ambiente’, ‘armonía’) que los miembros debían obedecer. El concepto importado de sociedad, en cambio, se define como un colectivo compuesto de individuos con distintas sensibilidades y creencias. En la sociedad cada persona se considera como un ser con carácter propio que goza de ciertos privilegios y obligaciones.

De esto se desprende que hoy en día los japoneses seguimos sin vivir en una sociedad que respete la individualidad de las personas. Tras la apertura cultural del país en la era Meiji, los conceptos y sistemas de las naciones modernas se implantaron en Japón, pero en esencia se mantuvieron los principios de la aldea, en que el público (seken) tiene más poder que la ley. Una prueba de ello es la curiosa expresión que suele aparecer en las disculpas públicas “Aunque no hice nada contrario a la ley, me disculpo por haber escandalizado a la opinión pública”. Japón es, más que un Estado de derecho, un “Estado de la opinión pública”.

La sociedad vertical y la lengua japonesa

Mientras que en la sociedad occidental el individuo es un ser independiente, la aldea constituye una “sociedad vertical” cuyos miembros ocupan una posición relativa a su entorno, establecida mediante relaciones jerárquicas. Esa jerarquía, surgida en gran parte de los valores confucionistas, se define en función de factores como la edad, la antigüedad y la experiencia. La relación entre dos miembros de la aldea requiere siempre comprobar cuál de los dos está por encima del otro; la jerarquía determina, además, elementos como el tipo de lenguaje (nivel de formalidad) que se utiliza en la comunicación.

Como el japonés carece de un pronombre personal de segunda persona de uso universal, como sería el you del inglés, los hablantes se ven obligados a especificar cargos y títulos como padre, profesor o jefe en la conversación. Al mismo tiempo, los pronombres de primera persona, usados para referirse a uno mismo, deben adaptarse a la relación que se mantiene con el interlocutor, eligiendo entre formas como ore, boku y watashi, en función de con quién se habla. La sumisión al superior se prioriza por encima de los derechos y las obligaciones del individuo, y los pensamientos y decisiones autónomos no se reciben de forma positiva.

En japonés las propias palabras incorporan un sistema de valores jerárquico. La voz inglesa brother, por ejemplo, no implica ninguna relación de edad. En cambio, el japonés kyōdai (‘hermanos’) surge de la combinación de ani, ‘hermano mayor’, y otōto, ‘hermano menor’. Así pues, el mismo idioma lleva profundamente arraigado el enfoque de la sociedad vertical.

Es difícil ser uno mismo en la aldea

En la escuela nos enseñan valores individualistas como la capacidad de expresar nuestras opiniones, la igualdad entre las personas y el respeto hacia los sentimientos de los demás. Sin embargo, en las escuelas suelen formarse distintos grupos que constituyen una suerte de clases sociales llamadas castas escolares, un fenómeno que representa la pura esencia de la aldea.

Los japoneses nos vemos divididos entre la obligación de adaptarnos a la sociedad de la aldea y la necesidad de construirnos una imagen de individuos de cara a los demás desde pequeños. Para colmo, si en ese difícil equilibrismo nos separamos de la homogeneidad que nos exige la aldea, nos arriesgamos a terminar siendo víctimas del acoso.

Aunque el acoso también puede presentarse como violencia explícita, en la mayoría de los casos se manifiesta en forma de marginación. El ostracismo conlleva un sufrimiento psicológico devastador para los miembros de la aldea. En la actual sociedad de internet, la marginación suele perpetrarse a través de las redes sociales, siendo la expulsión del grupo en la aplicación de mensajería LINE el ejemplo más típico.

Conservar la identidad en la aldea

Verse aislado en un grupo es una experiencia verdaderamente desoladora, pero sacrificar la propia identidad para pertenecer a la aldea resulta más doloroso todavía, y puede llevar al individuo a olvidar el sentido de su vida. Esa “aldea” en la que vivimos no es siempre la misma. Al cambiar de escuela, de casa o de trabajo, cambiamos también de aldea. Por tanto, por más que uno obedezca ciegamente las reglas de la aldea en un momento dado, nada le garantiza una estabilidad indefinida.

La palabra japonesa mura (‘aldea’) proviene del verbo mureru (‘apiñarse’), que se refiere al comportamiento que adoptan los seres inmaduros e incapaces de establecerse como individuos. Dicho de otra forma, la aldea es una agrupación de personas sin identidad propia, que no cuentan como individuos. Fujita Tsuguharu (1886-1963), que había participado en el círculo de pintores de París desde antes de la Primera Guerra Mundial, fue víctima del acoso cuando se introdujo en la comunidad de pintores de Japón tras la Segunda Guerra Mundial y terminó regresando a Francia. Estas son las palabras que el artista nos legó hacia el final de su vida: “El público (seken) habla demasiado. Aunque las palabras de una persona lleguen a los oídos de miles de personas y se difundan, miles de ceros juntos no dejan de sumar cero; un uno tiene más fuerza”. (Citado de Ude ippon – Pari no yokogao / Fujita Tsuguharu essei-sen, ‘Un brazo: el perfil de París. Ensayos de Fujita Tsuguharu’).

La frase “miles de ceros juntos no dejan de sumar cero; un uno tiene más fuerza” nos brinda el coraje para conservar nuestra individualidad en la aldea. Si cada vez más personas se establecen como individuos autónomos, acabarán reuniendo el poder suficiente para transformar de raíz esa aldea plagada de convenciones. Estoy convencido de ello.

Ilustración del encabezado: Mica Okada

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