
Tres grandes festivales de Japón
Tres grandes festivales en los que se destrozan santuarios portátiles
Guíade Japón
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Cuanto más a lo bruto se portan los mikoshi, más satisfechos están los dioses
En los días de festival de los pueblos de montaña y agrícolas ―en primavera, para rogar por una cosecha abundante y, en otoño, para dar gracias por ella―, los espíritus de las deidades protectoras del lugar se pasean por la zona montados en mikoshi (santuarios portátiles), recibiendo la devoción sincera de los feligreses. En los festivales de las localidades costeras, los mikoshi se transportan en barca para rezar por la buena pesca y la protección en el mar. Son escenas propias de los matsuri típicos de Japón.
Hay festivales en los que se cree que, cuanto más violentamente se tratan los mikoshi, más se complace a los dioses y más aumenta su poder espiritual. A continuación, les presentamos los aramikoshi, santuarios portátiles que dejan al público atónito por la brutalidad a la que se someten, por ejemplo, golpeándolos contra el suelo o lanzándolos al fuego.
El Abare Matsuri de Ushitsu, Ishikawa
(Noto, primer viernes y sábado de julio)
Los farolillos kiriko danzan vigorosamente alrededor de gigantescas antorchas de 7 metros.
En los festivales que se celebran entre verano y otoño en unos 200 barrios de la península de Noto, se desfila con unos farolillos enormes llamados kiriko. Aunque la zona sufrió una gran devastación a causa de un terremoto ocurrido el 1 de enero del 2024, ese año 70 de los barrios organizaron igualmente sus matsuri e hicieron bailar los kiriko en el cielo para animar a la gente en el proceso de reconstrucción.
Mujeres y niños también montan en los kiriko y lideran el acompañamiento musical del desfile.
El que abre la temporada de los festivales de kiriko es el Abare Matsuri de Ushitsu ―una localidad pesquera del norte de la península―, que tiene lugar a principios de julio.
En la era Kanbun (1661-1673), estalló una epidemia en la zona e invocaron a una deidad desde el santuario de Gion (Kioto) para que ahuyentara el mal. Tras realizar los ritos correspondientes, lograron contener la enfermedad y los lugareños portaron kiriko para agradecer la intervención divina. Aquel fue el origen del Abare Matsuri. La deidad Gozu Tennō, de origen indio, se fusionó con Susanoo, el dios más violento de la mitología nipona. El santuario de Gion se convirtió en el santuario de Yasaka, consagrado al poderosísimo Susanoo.
Antiguamente en Ushitsu se desfilaba con kiriko de más de 10 metros de altura, pero, después de que se tendieran los cables de la electricidad en 1921, se cedieron a la localidad de Ishizaki, del municipio de Nanao.
Mientras que la primera jornada está protagonizada por entre 30 y 40 kiriko de siete metros, la segunda ―día principal del festival― se dedica a la procesión de los mikoshi, el acto más destacado de toda la celebración. En el santuario Yasaka de Ushitsu se introduce el espíritu de Susanoo en los mikoshi y se pasean con los kiriko por las localidades de feligreses para recoger la mala fortuna.
El dios rebelde va montado en los dos santuarios portátiles.
En el camino de regreso al santuario de Yasaka, los portadores de los mikoshi los tumban al suelo y los lanzan al fuego, al río o al mar al grito de Chōsa, chōsa! Se dice que, cuanto más a lo bruto se trata, más satisfecho queda el dios rebelde y más aumenta su poder divino. Los kiriko danzan bien erguidos en torno a los hostigados santuarios portátiles, animando el ambiente del festival.
La hospitalidad a lo bárbaro contenta al dios.
Castigando los mikoshi a base de agua y fuego.
En el momento álgido del acto, los portadores se bañan con la lluvia de chispas de las antorchas y se desbocan del todo. Lanzan los mikoshi al fuego una vez tras otra, los golpean contra el suelo y se suben a ellos, castigándolos sin contención.
El frenesí es tal que ni notan el calor del fuego.
Cuando al fin regresan al santuario, los mikoshi llegan negros de tan calcinados y con agujeros en el techo. Por más destrozados que queden, cada año los reproducen pieza a pieza. Esa tenacidad seguramente tiene que ver con la capacidad de recuperarse de los desastres.
Por la noche, cuando termina el alboroto en el recinto sagrado, los mikoshi se introducen en el pabellón del santuario.
El Ohoshi Matsuri de Kumamoto
(Mashiki, Nishihara y Kikuyō, 30 de octubre)
En los doce barrios que forman las localidades de Mashiki, Kikuyō y Nishihara, en el lado oeste del pie del monte Aso, se sigue celebrando el Ohoshi Matsuri, un ritual sintoísta del santuario de Tsumori (Mashiki). El barrio encargado de organizar el festival construye un santuario temporal (okariya) donde se conserva un objeto sagrado llamado ohoshisan durante un año, tras el cual se transporta en un mikoshi y se transfiere al siguiente barrio encargado. Se trata de un matsuri muy inusual que se celebra en relevos con un ciclo de 12 años, en el que tanto el lugar donde se guarda el objeto sagrado como el recorrido de la procesión cambian cada año.
Todos los lugareños acompañan a la divinidad en su periplo.
Los habitantes del barrio que toma el relevo esperan con impaciencia a la comitiva en su okariya.
La ceremonia de entrega del relevo resulta aún más sorprendente: en el recorrido hacia el siguiente barrio encargado de organizar el festival, los portadores van tumbando el mikoshi por los caminos y los campos de cultivo.
El sacerdote comprueba los daños y exclama “¡Aún le falta!”. Lanzan el mikoshi al aire dos o tres veces y vuelven a golpearlo contra el suelo con gran estruendo. Cuando lo considera oportuno, el sacerdote dice “¡Basta!” y el santuario portátil se entrega al siguiente barrio. Para terminar, todos bailan alrededor del mikoshi hecho trizas.
El santuario portátil acaba por los suelos varias veces durante el recorrido.
Existen varias teorías sobre el origen del festival. La tradición cuenta que una divinidad desciende cerca del santuario de Tsumori y recorre los doce barrios, uno cada año. El trato bárbaro que se impone al santuario portátil expresa la lástima de dejar atrás ese ohoshisan que ha protegido la aldea durante un año, y a la divinidad le complace ese sentimiento de gratitud. La reparación del mikoshi llega a ascender casi al millón de yenes. Como la norma establece que el barrio que entrega el relevo debe hacerse cargo de la reparación, surge el dilema entre la voluntad de seguir destrozando el santuario para complacer al dios y la preocupación por el coste.
Cuanto más deteriorado queda el mikoshi, más satisfechos quedan el dios y la gente.
El Sakakudashi Matsuri de Iba, Shiga
(Iba, 4 de mayo)
Bajando la cuesta con el sistema de cuerdas.
Situada en la orilla este del lago Biwa, Iba (municipio de Higashiōmi, prefectura de Shiga) es una localidad acuática con una red de canales hídricos. En la ladera media del monte Kinugasa (432 metros), fuente de agua de la zona, está el santuario de Sanpōsan, conocido por el sakakudashi (‘descenso por la cuesta’) del santuario portátil aramikoshi. Se trata de una procesión con 850 años de historia en la que se hace descender un mikoshi por la roca más empinada de Japón.
El mikoshi pesa más de 500 kilos. Es durísimo subirlo por un acantilado casi vertical.
El camino desde el gran pórtico torii que hay al pie de la montaña es como un acantilado de roca lisa, por lo que no se puede transitar sin agarrarse con las manos. El recorrido hasta el pabellón principal del santuario tiene 503 metros de longitud y un desnivel de 175 metros. El santuario está situado en un lugar tan alto por la creencia de que, cuanto más cerca esté del Cielo, más potente será la fuerza divina de la que se imbuya. Se dice que la procesión de este mikoshi monte abajo está inspirada en el gran festival del santuario Hiyoshi Taisha (festival de Sannō), en la orilla opuesta del lago.
El sakakudashi es un ritual sintoísta conjunto del Gran Festival de Primavera de tres santuarios de la aldea de Iba: el de Sanpōsan, el de Ōhama y el de Bōko. La víspera del festival, se sube el mikoshi al recinto sagrado del santuario de Sanpōsan.
¡El tramo más difícil tiene una pendiente de 60 grados!
El día del acto, chicos adolescentes llamados hatsuyama se suben a la parte frontal del santuario portátil. Se agarran a las cuerdas, cierran bien los ojos y se imbuyen de coraje para ser uno con el mikoshi. El punto difícil en el camino, llamado nihonmatsu, es una bajada de 6 metros. Representa una prueba de valor para convertirse en hombres de Iba. El santuario, de más de 500 kilos, se desliza por la superficie de la roca haciendo estruendo y levantando una nube de polvo. Los compañeros tiran de las cuerdas con todas sus fuerzas para evitar que vuelquen en lo que parece una escena a cámara lenta. En el gran pórtico torii del final aguardan los vecinos del barrio, que jalean a los valientes jóvenes con grandes vítores. Los chicos que iban a bordo del mikoshi lloran de emoción.
El camino se llena de alegría en el momento de la llegada.
Después de bajar la cuesta y entrar en el santuario de Ōhama, empieza el momento culminante del festival: el kurabekyō. Los kyō son ornamentos que se ofrendan a la divinidad y dos grupos de hombres jóvenes ―uno del este y el otro del oeste― compiten para llevarlos hasta el mikoshi. Los contrincantes compiten encarnizadamente para contentar al dios, ya que la primera aldea que logra presentarle su ofrenda gozará de una cosecha abundante.
Carrera votiva en la que compiten los equipos del este y el oeste. Las ofrendas de paja las elaboran feligreses veteranos llamados hogoyaku (‘guardianes’).
Los participantes de este festival aprenden la técnica de cada parte del acto desde pequeños de la mano de los mayores para evitar lesiones y accidentes. Luego crecen y se desarrollan curtiéndose festival a festival. Esta relación vertical sirve para unir a las aldeas de Iba.
El sakakudashi es también un ritual para el desarrollo de los niños.
*Fechas estimadas a partir de las de años anteriores.
Fotografías: Haga Library.
(Traducido al español del original en japonés.)