La amenaza de las bandas ‘tokuryū’: crímenes coordinados por las redes sociales

Sociedad

Los tokuryū, grupos fluctuantes de criminales anónimos, son bandas criminales de personas sin vínculos previos que contactan por redes sociales, formándose y disolviéndose continuamente. Según la Agencia Nacional de Policía, en 2024 se arrestó a más de 10.000 miembros de estos grupos por diversos crímenes. ¿Qué tipo de organización son los tokuryū en realidad?

Los perpetradores, simples peones en la base de la pirámide

Desde agosto de 2024, se han dado múltiples robos en el área metropolitana de Tokio, cometidos por hombres que aceptaron ofertas de trabajos clandestinos en redes sociales. Igualmente, en Kanagawa, un allanamiento de morada acabó en el asesinato del dueño de la casa, de 75 años. Tras ambos ejemplos se esconden los tokuryū.

La estructura jerárquica de los tokuryū es generalmente piramidal y tiene en su cúspide al cerebro del crimen. En lo más bajo se encuentran los llamados ukeko o “receptores”, cuya función es recibir el dinero de las personas estafadas, y los perpetradores, que son quienes físicamente cometen los robos y hurtos. En los niveles intermedios están los coordinadores, llamados así porque dirigen los crímenes planeados por el cerebro; bajo ellos se hallan los kakeko o “interlocutores”, encargados de las llamadas telefónicas fraudulentas, y los reclutadores, que captan a perpetradores en las redes sociales. Aquellos en lo más alto hacen que sus subordinados cometan actos ilegales mientras ellos se quedan con la mayor parte de las ganancias del delito.

Jerarquía de los ‘tokuryū’

Los perpetradores están en lo más bajo: son los peones sacrificables del crimen. No conocen en persona a sus superiores y se limitan a comunicarse con ellos a través de las redes sociales e internet. De este modo, aunque la policía los atrape es difícil que ninguna investigación alcance a los miembros de los estratos más altos de la organización; si los perpetradores son arrestados, los altos mandos reúnen a nuevos candidatos en las redes sociales y siguen cometiendo delitos. Además, las conexiones son limitadas incluso entre estos líderes, y en algunos casos están involucrados en múltiples grupos a la vez. Así, con bandas que se disuelven continuamente para formar nuevos grupos, a la policía le cuesta seguir el ritmo de los tokuryū a día de hoy. De hecho, ni siquiera está claro cuántas bandas de este tipo existen en el país.

Una amplia variedad de tipos de crimen

El primer caso de los tokuryū que atrajo atención mediática fue una serie de robos entre 2022 y 2023 cometidos por un grupo cuyos líderes se hacían llamar “Luffy”. Los coordinadores de la banda usaban una aplicación de teléfono con un alto grado de confidencialidad para mandar instrucciones desde Filipinas a los perpetradores que estaban en Japón. Sin embargo, la actividad delictiva de los tokuryū no se limita al robo: también son graves los daños que causan sus estafas especiales a personas al azar, o los hurtos en lugares como farmacias cometidos por sus grupos de ladrones.

Tipos de crimen cometido por los tokuryū

  • Estafas especializadas
  • Robo y hurto
  • Tráfico de drogas
  • Pesca furtiva
  • Préstamos abusivos
  • Host clubs malintencionados
  • Uso ilícito de tarjetas de crédito
  • Ventas fraudulentas de alto valor

Estos grupos roban cualquier objeto de valor que encuentran —ya sean caros bonsáis en jardines privados, cables de cobre en centrales solares o tapas de alcantarilla— para después sacar dinero con ellos en el mercado negro. El tipo de crimen al que se dedican los tokuryū es variado y va desde el tráfico de drogas o los préstamos abusivos hasta la pesca furtiva. Recientemente también se ha descubierto que los tokuryū están implicados en el problema de los host clubs malintencionados, en los que endosan elevadas deudas a las clientas para después empujarlas a la prostitución bajo pretexto de cobrar la deuda pendiente.

Esquema de un tokuryū

Los tokuryū pueden ser creados por organizaciones criminales tradicionales como la yakuza o los grupos criminales conocidos como hangure, pero también por grupos sin ninguna relación con estas. Existen igualmente tokuryū formados por colectivos extranjeros de ascendencia china, vietnamita o camboyana. A pesar de que sus miembros van y vienen, los tokuryū permanecen conectados vagamente entre sí a través de internet. Se cree incluso que las organizaciones criminales tradicionales y las nuevas colaboran adaptándose a las necesidades de cada crimen, como puede ser usando bandas tokuryū para cobrar los pagos exigidos a cambio de supuesta protección.

El peligro de aceptar trabajos a la ligera

Una de las razones tras la proliferación de los delitos cometidos por los tokuryū es el gigantesco aumento del uso de redes sociales. Los anuncios de empleo clandestinos (yamibaito) en las redes sociales prometen salarios altos y se presentan como trabajos “legalmente grises”. Esto reduce la percepción de estar participando en un delito. Es más, según mis investigaciones los miembros que reclutan a los perpetradores suelen ser hábiles conversadores y tienen amplia experiencia en estafas. Un ejemplo de esta habilidad puede verse en el caso de un veinteañero que, tras ser arrestado bajo sospecha de robo y allanamiento de morada, explicó en el interrogatorio a la policía que quería “apostarlo todo para pagar [sus] deudas”. Para esta gente, empujar a los novatos a cometer delitos es coser y cantar.

Otra causa probable es la cantidad de jóvenes que aceptan estos trabajos clandestinos sin pensarlo dos veces, simplemente porque quieren dinero. La mayoría de ellos están endeudados, y los reclutadores muestran simpatía por su difícil situación financiera con palabrería dulce. “Debe de ser duro”, empatizan para luego añadir: “trabajando con nosotros podrías ganar entre 30.000 y 50.000 yenes por encargo; saldarías tus deudas en un santiamén”. Tan pronto como la víctima se siente motivada le piden que envíe algún documento de identificación bajo pretexto de entrevistarla, y una vez tienen su identidad bajo control, le hacen ejecutar el delito.

A estos perpetradores no se les permite abandonar la organización aunque se sientan culpables por sus delitos o quieran dejar el trabajo. Los reclutadores los intimidan con amenazas para que continúen delinquiendo, aduciendo que saben quiénes son y amenazándolos con hacer daño tanto a ellos como a sus familias. Así, la falta de sensación de peligro de unas víctimas que se creen a pies juntillas lo que leen en internet alimenta las filas de los tokuryū.

Sofisticación y expansión más allá de las fronteras

Las llamadas telefónicas de los estafadores no solo vienen de Japón, sino a menudo también desde bases en el extranjero. Un hombre encargado de hacer llamadas fraudulentas a Japón desde China lo explicó en una entrevista:  “El jefe es chino y tiene un escondite en su país, así que está a salvo; no hay riesgo de que la policía japonesa lo arreste”. Los japoneses están así en el punto de mira tanto de bandas japonesas como de criminales extranjeros.

Asimismo, este año se ha escrito mucho en los medios sobre los arrestos relacionados con una red china de estafas a gran escala que operaba desde Myanmar. Las fuerzas armadas locales liberaron a más de 7.000 extranjeros de centros de operaciones fraudulentas. La banda reclutaba a personas de todo el mundo usando la promesa de unos ingresos elevados como cebo; después encerraban a las víctimas, obligándolas a estafar por teléfono o internet y agrediéndolas si no alcanzaban ciertas cuotas. Un estudiante de instituto japonés que fue detenido explicó cómo tras conocer a alguien en un juego online, este le había ofrecido un trabajo en el extranjero donde “podría utilizar sus habilidades”. Se cree que buscaban a un interlocutor que hablara japonés para estafar por teléfono a personas japonesas, y hay fuertes sospechas de que algún grupo criminal japonés está implicado en el caso. Este tipo de centros de operaciones fraudulentas existen en todo el Sudeste Asiático —especialmente en zonas a donde apenas llega el poder de los Gobiernos centrales—, y acabar con ellos no es tarea fácil.

Por su parte, los tokuryū chinos utilizan principalmente las redes sociales para atraer a sus víctimas a sitios web de inversión falsas y luego sacarles grandes sumas de dinero. Según la Agencia Nacional de Policía, los daños causados ​​por fraudes de inversión en redes sociales en 2024 ascendieron a aproximadamente 87.100 millones de yenes. Una táctica cada vez más notoria entre los tokuryū consiste en enviar correos electrónicos falsos bajo el nombre de alguna empresa famosa. Los correos redirigen a los destinatarios a sitios web falsos donde se les pide que introduzcan su información personal, incluyendo los datos de sus tarjetas de crédito; estos se usan luego para comprar productos y revenderlos, obteniendo así grandes beneficios. También están al alza los engaños comerciales: mentiras como decir que los pilares de un edificio están podridos, o que una casa está a punto de derrumbarse, se usan como anzuelo para firmar costosos contratos de reforma de los que sacar dinero.

Las tácticas delictivas de los tokuryū cambian continuamente, volviéndose más sofisticadas en sus intentos de extender sus tentáculos hacia la población. Para no acabar siendo víctimas ni perpetradores, por lo tanto, debemos comprender que el dinero fácil no existe fuera de las estafas, y trabajar para reforzar el uso adecuado de internet, mejorando la gestión de nuestra información personal así como de las redes sociales.

(Artículo traducido al español del original en japonés. Imagen del encabezado: Pixta.)

crimen seguridad policía estafas