El versátil haiku

Literatura Cultura

El haiku, famoso por ser la forma poética más corta del mundo, posee una sorprendente capacidad de abrirse y revelar mundos en su interior.

La vida espiritual de un pulpo, una mujer que regresa de ver flores y se desnuda en la privacidad de su dormitorio, los lejanos, casi sobrenaturales graznidos de los patos en el crepúsculo… ¿qué tienen en común?

No mucho, podríamos pensar, pero curiosamente hay espacio para todos ellos en el haiku, la forma poética más corta del mundo:

Tarros de pulpo…
Breves sueños bajo
la luna de verano.

Takotsubo ya hakanaki yume o natsu no tsuki

Salgo de mi
kimono de flores, soltando
las cintas y lazos.

Hanagoromo nugu ya matsuwaru himo iroiro

El mar se oscurece,
los graznidos de los patos
son levemente blancos.

Umi kurete kamo no koe honoka ni shiroshi

El primer poema es de Matsuo Bashō (1644–94), el más celebrado de todos los poetas de haikus. Los tarros de pulpo son jarras de cerámica que aprovechan esa manía que tienen los pulpos de meterse en espacios pequeños. Los pescadores bajan estos tarros hasta el fondo del mar durante el día, y los sacan poco antes del alba. El pulpo se acomoda para pasar la noche en la oscuridad del tarro, que descansa en el lecho marino, soñando inocente, o eso imagina el poeta. Al alba, cuando lo alzan, su breve sueño (pues las noches de verano son cortas) termina. Nuestra vida, su vida, no es más que un sueño. Pero la luna, símbolo de iluminación y eternidad, la ha tocado.

El segundo poema es de Sugita Hisajo (1890-1946), una de las principales poetas del siglo XX, y mujer. La protagonista, tras volver de un paseo para ver las flores en primavera, se quita el kimono; la prenda tiene un patrón de flores de la estación. Los kimonos no tienen cremalleras ni botones, sino que se fijan con cordeles de tela. Bajo el kimono mismo se lleva un kimono interior, y bajo este una simple enagua, de modo que una mujer vestida con un kimono formal va envuelta en cordeles, cuerdas y lazos, de algodón y seda, de varios colores y formas. Como un paquete. A medida que se va abriendo van soltándose, moviéndose y cayendo esos cordeles y cintas, y crean un arcoíris de colores.

El tercer poema es también de Bashō. La noche cae sobre el mar, y con ella los graznidos de los patos salvajes, que se llaman unos a otros, parecen tomar forma y color, pálidos contra la oscuridad, y mezclarse con los últimos restos de luz. La sinestesia, esa mezcla de los sentidos, aparece también en otros poemas de Bashō. (La traducción al inglés de estos poemas es del autor del artículo, y su traducción al español está basada en ella)

Las vidas de otros

El haiku tiene otras tonalidades, además de esa cualidad etérea, casi surrealista, de estos poemas sobre objetos cotidianos. El realismo de los siguientes tres poemas se suele considerar uno de los tonos por antonomasia de los haikus:

Qué placer cruzar
un río de verano,
sandalias en mano.

Natsukawa o kosu ureshisa yo te ni zōri

La nieve
ya derretida en el pueblo,
que se llena de niños.

Yuki tokete mura ippai no kodomo kana

Un pollo
se esconde entre la hierba
del verano.

Natsukusa ni niwatori ichiwa kakurekeri

A veces me pregunto qué pensarían los habitantes de una lejana galaxia que estuvieran observándonos si de pronto apareciera ante su vista un nuevo planeta, cerca de la Tierra, cubierto con trozos de papel aleteando en la brisa cósmica. Tras recuperar esos poemas, gracias a una tecnología inimaginable para nosotros, esas reliquias rescatadas se convertirían en parte de la inestimable herencia de su propio mundo, una hermosa prueba de otro lugar y otro tiempo.

Los tres poemas anteriores son obra, respectivamente, de Yosa Buson (1716-1784), el más grande poeta de haikus después de Bashō, Kobayashi Issa (1763-1828), un poeta premoderno muy apreciado, y Fukuda Haritsu (1865-1944), un poeta moderno relativamente poco conocido y seguidor de Masaoka Shiki (1867-1902). Al leerlos, esos observadores de otra galaxia podrían casi saborear lo que habría supuesto vivir en la Tierra, en el pasado. Podrían imaginar la frescura de un arroyo en verano, la súbita excitación de los niños que salen a jugar cuando las nieves del invierno comienzan a derretirse, o la travesura del pollo que se esconde de su dueño. Podrían sentir que se acercaban más y más a los sentimientos que habrían tenido los terrícolas… algunos de los cuales podrían incluso haber sido, eones antes, sus propios ancestros. Esta es una forma de decir que estos poemas tienen el sabor de una vida bien vivida, y nos acercan a las vidas de otros, además de hacernos reflexionar sobre las nuestras.

Material por todas partes

Ya que hemos viajado al futuro lejano, permítanme que regrese al remoto pasado de nuestro propio planeta.

Lo que hoy día llamamos haiku no era en origen la forma independiente que es ahora. Muchos de los versos que son famosos en la actualidad como haikus fueron originalmente el primer eslabón en una cadena de versos (haikai no renga). Fueron Matsuo Bashō y sus seguidores quienes llevaron el informal verso encadenado hasta el auge de la perfección artística en el siglo XVII, y para finales de la época Edo (1603-1868) los versos encadenados se habían vuelto extremadamente populares. Esto condujo, paradójicamente, a una devaluación del arte que, junto con la moda de todo lo occidental a principios de la era Meiji (1868-1912), amenazó durante un tiempo con terminar no solo con el verso encadenado sino también con ese primer verso, el hokku, que había logrado una semiindependencia del encadenado. Fueron la pasión, la determinación y la brillantez de Masaoka Shiki las que lo salvaron de ese sombrío destino. Shiki proporcionó la teoría y la práctica que permitieron el nacimiento del haiku moderno.

Shiki registró los comienzos de su propio enamoramiento hacia el haiku con una simplicidad y un humor encantadores en el diario, que escribió estando enfermo, Bokujū itteki (Una gota de tinta). Recordando sus días como universitario, cuando se mudó del dormitorio a una casa en la que viviría solo, describe la forma en que su obsesión por el haiku le llevó a suspender el curso. Su escritorio solía estar abarrotado de libros de haiku y novelas, pero cuando se acercaba algún examen lo ponía en orden y empezaba con sus notas: “Los exámenes llegaron a perder todo significado salvo por una riada de poesía. Embrujado por la diosa del haiku, nada podía salvarme. Suspendí los exámenes finales de 1892… [y] abandoné la universidad para siempre”.

A medida que Shiki se iba apegando a la forma comenzó a elaborar para sí mismo ciertas reglas, y a enseñárselas después a otros. La más importante era la observación dedicada de nuestro alrededor. En el ensayo de 1899 “Zuimon zuitō” (Preguntas y respuestas aleatorias), sus instrucciones para poetas principiantes, escribió: “Busca tu material en todo cuanto te rodea… si ves un diente de león, escribe sobre él; si hay niebla, escribe sobre la niebla. Los materiales para poemas abundan a tu alrededor”.

El método de Shiki, que pasó a denominarse shasei (boceto de vida), estaba basado en una observación de un tipo inusualmente intenso, algo que ahora llamamos “atención plena”, o “conciencia plena” (en inglés, mindfulness). Cuando se practicaba con devoción conducía al practicante a una especie de silencioso éxtasis creativo. Como explica Shiki en “Haikai hogukago” (Papelera de haikus): “El escritor toma sus materias primas de la naturaleza, las refina y convierte en parte de su propia imaginación. En este sentido podríamos considerarlo un segundo Creador”.

Expansión y generosidad

La atención plena combina a la perfección con una forma tan minimalista como el haiku. También hace posibles, paradójicamente, múltiples interpretaciones. La plenitud de interpretaciones posibles, ninguna de las cuales cancela las otras, nos hace sentir (durante un rato, al menos… si se me permite la expresión) que el universo en sí es generoso. En este sentido el breve haiku, que normalmente no sobrepasa las diecisiete sílabas, es una forma realmente versátil.

Para ilustrar este punto quiero dejarlos con una lectura muy personal del poema del pulpo, el primero que he mencionado.

Tarros de pulpo…
Breves sueños bajo
la luna de verano.

Siendo niña yo vivía en la costa de una pequeña ciudad portuaria en Connecticut; los pescadores de langosta solían colocar sus trampas en las aguas frente a nuestra casa, y a cambio de permitirles usar nuestra entrada para aparcar su camión solían darnos las langostas que habían perdido alguna pinza, y que por eso no podían vender. Muchos años después, cuando leí por primera vez el poema de Bashō sobre los pulpos, imaginé el tarro del pulpo, que nunca había visto, como una trampa de langostas, y cada vez que leo ese poema pienso en el lugar en el que crecí.

El poema se expande sin esfuerzo para incluirme, a mí y la casa en la que crecí, junto a ese pulpo del mar interior de Japón, hace cientos de años, sin olvidar también la luna, la iluminación, la eternidad misma. En lugar de vernos reducidos a un punto diminuto de observación, se crea una sensación de expansión y generosidad, al tiempo que las palabras nos traen recuerdos de lugares y épocas.

¿Qué nos diferencia de los pulpos? Nada. En el poema de Bashō nos encontramos con el pulpo, y resulta ser nosotros mismos.

Poemas traducidos:

蛸壺やはかなき夢を夏の月    松尾芭蕉

花衣ぬぐやまつはる紐いろいろ    杉田久女

海くれて鴨のこゑほのかに白し    松尾芭蕉

夏河を越すうれしさよ手に草履    与謝蕪村

雪とけて 村一ぱいの 子どもかな    小林一茶

夏草に鶏一羽かくれけり    福田把栗

(Artículo traducido al español del original en inglés. Traducciones ©2022, Janine Beichman. Imagen del encabezado © Pixta.)

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