La secularización del budismo japonés
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La socavación de los intereses budistas
Durante el periodo Edo (1603-1868), el budismo en Japón se mantuvo pacíficamente como un estrecho aliado del régimen samurái, pero en la segunda mitad del siglo XIX, cuando el poder nacional pasó de los samuráis al emperador (aristocracia), la posición de la comunidad budista se volvió rápidamente inestable. El nuevo régimen centrado en el emperador quería reconstruir el sintoísmo, la antigua religión de Japón, en una forma moderna y hacer de sus ideales religiosos un pilar del Estado centralizado. Se trataba de una política inspirada en los países europeos que habían construido el imperialismo moderno sobre el mundo cristiano. Sin embargo, para esto era un obstáculo el budismo, que hasta el periodo Edo mantenía una relación de cooperación con el sintoísmo y se situaba más bien por encima de él. El Gobierno Meiji necesitaba adoptar una política para eliminar el budismo de la estructura de poder y dejar en paz al sintoísmo.
Por ello, el Gobierno emitió un decreto que estipulaba la separación legal del sintoísmo y el budismo, que hasta entonces habían estado integrados en la estructura administrativa del shogunato de Edo, con el fin de debilitar los intereses que ostentaba este último. El objetivo del decreto no era obligar al pueblo a abandonar el budismo, sino debilitar los lazos entre éste y el poder estatal. Sin embargo, el descontento popular con el mundo budista, que había estado del lado de los gobernantes y ejercía la autoridad durante todo el periodo Edo, estalló a raíz de la promulgación de este decreto, y un movimiento popular contra el budismo se extendió por todo el país. Es lo que se conoce como Haibutsu kishaku (movimiento para abolir el budismo). Se destruyeron muchos templos, se expulsó a los monjes y, en algunas zonas, se destruyeron todos los templos budistas, que superaban el millar.
El sintoísmo estatal engulló al budismo y al cristianismo
Este movimiento causó un gran daño a la comunidad budista japonesa, pero, por otro lado, también le brindó la oportunidad de empezar a reformarse por sí misma. Con la pérdida de la generosa protección del régimen y la posible pérdida de apoyo popular, las sectas budistas empezaron a buscar seriamente formas de mantener y desarrollar sus propios cultos.
En un principio, el Gobierno Meiji pretendió convertir el sintoísmo en la única base religiosa del Gobierno del Emperador. Sin embargo, era difícil desbaratar fácilmente el sistema danka, en el que la información personal sobre nacimientos, defunciones, matrimonios, viajes y emigración se concentraba en los templos, y con el tiempo empezó a reevaluar la capacidad de gobierno del budismo y pasó a considerarlo un colaborador en la administración estatal. El sintoísmo se posicionó por separado como “no solo una religión, sino la base de la existencia de la propia nación de Japón”, o “sintoísmo estatal”, mientras que al budismo se le permitió existir como “una religión reconocida por el Estado y que trabaja para el Estado”.
Se trataba de una política favorable para el mundo budista, que se había visto en una situación desesperada como consecuencia de la abolición. Liderada por la escuela Honganji de la secta Jōdo Shinshū (escuela Nishi Honganji), la comunidad budista de Japón se propuso establecer buenas relaciones con el Gobierno Meiji. Comenzaron a concentrarse en actividades de apoyo al Gobierno Meiji, como la creación de un nuevo pensamiento budista que combinaba el sintoísmo estatal centrado en el emperador con la doctrina budista, y la difusión de prédicas que equiparaban al emperador con Buda.
Detrás de este sistema de cooperación entre el Gobierno Meiji y la comunidad budista había un sentimiento de temor y rivalidad contra las potencias occidentales que intentaban conquistar el mundo con el cristianismo como columna vertebral espiritual. Dado que tanto el Gobierno Meiji como la comunidad budista consideraban que el cristianismo era la vanguardia del imperialismo occidental, acordaron que tenían que trabajar juntos para impedir su afluencia. Esta política de bloqueo del cristianismo se fue derrumbando poco a poco debido a la fuerte presión posterior de Occidente, y el cristianismo acabó siendo ampliamente aceptado en Japón. Irónicamente, sin embargo, incluso las confesiones cristianas que así habían arraigado en Japón empezaron a cooperar con el sintoísmo estatal centrado en el emperador. La dominación espiritual del pueblo por el sintoísmo estatal, promovida artificialmente por el Gobierno Meiji, engulló todas las organizaciones religiosas de Japón, ya fueran budistas o cristianas.
La ingeniosa trampa del Gobierno Meiji
Volviendo a principios del periodo Meiji, cinco años después de la proclamación del decreto de separación del sintoísmo y el budismo en 1868 (el primer año de Meiji), el Gobierno Meiji, que empezó a revalorizar el poder del budismo y a considerarlo como un colaborador en la administración estatal, emitió un edicto chocante por el que los monjes budistas podían comer carne y tener esposas formales. El Estado garantizaba que incluso aquellos que llevaran una vida secular serían reconocidos como monjes, siempre que poseyeran las cualificaciones formales de un monje. Este edicto marcó un importante alejamiento del budismo japonés del mundo budista de Asia Oriental.
Buda no prohibió comer la carne entregada como ofrenda, por lo que los monjes del budismo de Sri Lanka y del Sudeste Asiático, el llamado “budismo Theravada”, siguen comiendo carne. Esta es la forma original de los monjes. Sin embargo, en Asia Oriental, sobre todo en China, era creencia común que los monjes debían ser vegetarianos. Japón, siguiendo esta tendencia, también prohibió por principio que los monjes comieran carne. Este edicto abolió tales restricciones y declaró que “los monjes pueden comer carne libremente, casarse, tener relaciones sexuales y llevar una vida familiar”. Huelga decir que se trataba de una hábil trampa del Gobierno Meiji para despojar al budismo de su santidad y concentrar toda la autoridad en manos únicamente del emperador, reduciendo a los sacerdotes, que habían presumido de su autoridad como tales, al mismo estatus que los laicos.
Y la comunidad budista japonesa cayó maravillosamente en la trampa, abrazando voluntariamente la vida secular. Algunos monjes se opusieron a la proclamación para mantener la pureza del budismo, pero en general, la comunidad budista japonesa eligió vivir una vida secular como miembro del pueblo en general, en línea con los deseos del Gobierno, en lugar de mantener su orgullo como monje budista.
También aquí se aprecia la influencia de una característica del budismo japonés: la ausencia de un Vinayapitaka. Si los monjes budistas japoneses hubieran vivido sus vidas de acuerdo con el Vinayapiṭaka, cuando el Estado emitió tal proclamación, se habría producido un debate sobre qué debía tener prioridad, la proclamación del Estado o las normas del Vinayapiṭaka establecidas por el Buda Shakyamuni, y probablemente habría prevalecido la opinión de que el Vinayapiṭaka debía tener prioridad. Y la comunidad budista habría presentado entonces una declaración escrita en la que diría: “No podemos aceptar la proclamación emitida por el Gobierno esta vez porque es contraria al Vinayapiṭaka, que es la ley que el budismo ha observado durante 2.500 años. Les pedimos que la retiren”.
En la práctica, sin embargo, no hubo tal movimiento y, aunque hubo algunos opositores, la comunidad budista japonesa abandonó la santidad de acuerdo con el edicto. Esto se debió a que no contaba con el Vinayapiṭaka (leyes para garantizar la santidad de los monjes) desde el principio. El Gobierno Meiji identificó con éxito la mayor debilidad que tenía la comunidad budista japonesa y consiguió apartarla del centro de la política.
Una comunidad budista probélica
La comunidad budista, que había perdido su santidad y había pasado a formar parte del mundo secular, se transformó en una especie de grupo profesional y empezó a cooperar con el sistema estatal centrado en el emperador como organización proteccionista. Más tarde, cuando Japón avanzó hacia un conflicto armado en el extranjero, las diversas sectas empezaron a cooperar en la iniciativa bélica, participando activamente en actividades que nunca se habrían permitido bajo el sistema Vinayapiṭaka, como financiar el esfuerzo bélico, animar a los creyentes a participar en la guerra y enseñar que la muerte en la guerra era el camino definitivo hacia la paz y el consuelo.
Sin embargo, cuando Japón se rindió incondicionalmente a los Aliados en 1945, estos principios del budismo japonés se derrumbaron de golpe. Desaparecido el poder estatal protector, habiendo renunciado ya a su propia santidad como religión, y restringido de las actividades públicas por la política de posguerra de “excluir la religión de la esfera pública”, el budismo japonés se vio obligado a empezar de nuevo sobre la única base económica del sistema danka, un vestigio del periodo Edo.
(Traducido al español del original en japonés. Fotografía del encabezado: Grupo de budas de piedra cuyas cabezas fueron decapitadas durante el movimiento de abolición del budismo a principios de la era Meiji. Photolibrary)