El ‘Man'yōshū’ y Reiwa, ecos del pasado en una nueva era

El ‘Man'yōshū’ y la era Reiwa: la epidemia de Tenpyō

Literatura

La propagación del coronavirus está sumiendo el mundo en el estancamiento. También en la época del antiguo poemario Man'yōshū Japón sufrió una gran epidemia que sacudió brutalmente su sociedad. ¿Qué enseñanza podemos extraer de estas situaciones?

Yononaka wa
tsune kaku nomi to
wakarenuru
kimi ni ya motona
a ga koi yukan.

(Poema no atribuido a ningún autor, 3.690 del Libro XV)

En japonés moderno:

Yononaka tte iu yatsu wa
itsumo konna mon sa to itte
wakarete shimatta
kimi wo mushō ni
koishiku omoinagara, watashi wa ikite yuku.

‘Siempre ocurre lo mismo
en nuestro paso por este mundo’,
dijiste al partir,
y doliéndome de tu muerte
debo yo seguir adelante.

 

Este poema, de carácter elegíaco, está dedicado a un personaje llamado Yuki no Muraji Yakamaro, que recibió la orden de marchar al reino coreano de Silla (en japonés, Shiragi). Sin poder cumplir la misión encomendada, Yakamaro murió de camino, en la isla de Iki (actual prefectura de Nagasaki). In extremis, uno de sus acompañantes tomó nota de sus palabras y compuso con ellas este poema. “Yononaka wa tsune kaku nomi” son las palabras que pronunció Yakamaro en trance de muerte. Plenamente consciente de las limitaciones humanas, parece que, aunque en tierra extraña, murió en paz consigo mismo. Y el sentimiento de aquel trance final ha pervivido de esta bella forma durante los 1.300 años que nos separan de él.

El Man’yōshū atribuye su muerte a una enfermedad llamada entonces kibyō (literalmente, “mal del ogro o demonio”), que probablemente no era otra cosa que la viruela. Al parecer, en el séptimo año de la era Tenpyō (735) se declaró una plaga en los territorios de Kyūshū gobernados desde la plaza fuerte de Dazaifu, sumiendo todo el país en una crisis sin precedentes. En el cuarto mes del siguiente año, 736, partía de la capital japonesa, Heijōkyō, una delegación diplomática que debía llegar hasta el referido reino coreano pasando por Dazaifu. Muchos de sus miembros murieron víctimas del mal durante el camino. El propio embajador dejó su vida en la isla de Tsushima (actual prefectura de Nagasaki), situada a medio camino entre ambos países. Fue, pues, una malhadada embajada, pues a la muerte de muchos de sus miembros se sumó el efecto que tuvo su fracaso sobre las relaciones diplomáticas con Silla, que estaban entonces en su peor momento.

De vuelta en Heijōkyō en 737 tras su accidentada e ingrata experiencia, los supervivientes se convirtieron en un foco de contagio y propagaron la enfermedad por la capital. Como los líderes de la delegación pertenecían a la nobleza cortesana, la viruela hizo estragos también en los círculos sociales más altos, cobrándose muchas vidas entre el clan gobernante de los Fujiwara. Nos han llegado los nombres de Muchimaro, Fusasaki, Umakai y Maro. Una verdadera crisis nacional.

El nombre de era Tenpyō expresaba deseos de paz y estabilidad, deseos que no se vieron cumplidos en absoluto. Pero he ahí que fue precisamente esta era la que nos legó las incomparables tallas Tenpyō, que compiten con las mejores obras escultóricas mundiales de todos los tiempos, y estas exquisiteces poéticas del Man’yōshū, que siguen cautivándonos tantos siglos después. Fue también en esta era cuando se facturó la famosa estatua del buda Rushana, sin parangón en el mundo, que se conserva en el templo de Tōdaiji.

Una crisis como esta obligó, naturalmente, a efectuar reformas de envergadura. La necesidad provino, principalmente, de la gran reducción que sufrió la extensión de tierra cultivada debido a la muerte de muchos campesinos. Menos tierra cultivada significaba en aquella época hambrunas, estas implicaban grandes daños también para quienes las sobrevivían, empezando por el problema de la desnutrición, y de la desnutrición se derivaba una mayor indefensión frente a nuevas plagas, un círculo vicioso de funestas consecuencias.

El encargado de hacer frente a este colosal desbarajuste fue el emperador Shōmu y el instrumento que utilizó fue una nueva legislación que permitió la privatización de los terrenos agrícolas de titularidad estatal, algo que todos los escolares japoneses saben pues aparecen en los libros de texto de historia. Con estas privatizaciones se trató de estimular el sector productivo para conseguir así un aumento de la producción de alimentos. La gigantesca estatua de Buda permitió visibilizar esa pretendida unión de fuerzas sociales en pos de una reforma eficaz. El emperador supo valerse de la religión para galvanizar las voluntades de sus súbditos.

El Man’yōshū transmite el despecho de Yakamaro al expirar, la estatua de Ashura nos habla de la importancia de que los fuertes sean al mismo tiempo misericordiosos y ahí está también el gran Buda como legado de una época.

A mí me parece poder oír las voces de aquella gente. Pongamos buena cara a estos malos tiempos. Creemos una nueva cultura para que nos acompañe en esta travesía.

Fotografía del encabezado: copos de nieve caen sobre las semidesiertas calles del distrito comercial de Ginza (Tokio). (Jiji Press)

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