Cómo llevarse bien con los microorganismos

El intestino y el cerebro piensan: un mecanismo misterioso

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Últimamente se habla mucho del frecuente intercambio de información que tiene lugar entre el intestino y el cerebro. Se ha descubierto que la alteración del equilibrio intestinal —por ejemplo, de la microbiota— perjudica la salud física y mental e interviene en problemas como la demencia senil, la depresión o el autismo. Fukudo Shin, profesor de medicina psicosomática de la Universidad de Tōhoku que lidera la investigación sobre el síndrome del intestino irritable, nos explica cómo funciona este mecanismo fisiológico.

Fukudo Shin FUKUDO Shin

Profesor de medicina psicosomática en la Escuela de Medicina de la Universidad de Tōhoku. Director del Departamento de Medicina Psicosomática del Hospital de la Universidad de Tōhoku. Graduado y doctorado en Medicina por la misma universidad en 1983. Antes de ocupar su puesto en 1999, es investigador médico de la Universidad de Duke y en 1998 ejerce como profesor asociado de su departamento actual. Especialista en medicina psicosomática y conductual. Miembro del comité internacional de criterios de Roma III, IV y V de trastornos funcionales gastrointestinales. Autor de Naizō kankaku – nō to chō no fushigina kankei (Sensaciones viscerales: la misteriosa relación entre el cerebro y el intestino / NHK Books).

La estrecha relación entre el cerebro y el intestino

La lengua japonesa abunda en frases hechas que hacen mención a los órganos del cuerpo: haraguroi (‘tripa negra’, que significa malvado), hara no mushi ga osamaranai (‘no se me calma el bicho de la tripa’, que significa no poder contener la ira), fu ni ochiru (‘caer en las vísceras’, que significa entender algo), danchō no omoi (‘sentir como si te cortaran las tripas’, que quiere decir tener el corazón roto), etc. La expresión mukatsuku (dar rabia, enojar) también corresponde a un síntoma del sistema digestivo. Pero el japonés no es el único idioma que utiliza este recurso; en inglés, por ejemplo, un presentimiento es un gut feeling (‘sentimiento visceral’) y, cuando estás nervioso, se dice que tienes butterflies in your stomach (‘mariposas en el estómago’).

“Durante mucho tiempo se consideró el cerebro como un órgano noble y elevado, mientras que el intestino se veía como un simple órgano periférico, una víscera vulgar para digerir y excretar. Pero luego se descubrió que entre el cerebro y el tracto digestivo existía una comunicación estrecha cuyos excesos y carencias causaban una extensa variedad de enfermedades”, explica Fukudo Shin, profesor de medicina psicosomática de la Universidad de Tōhoku.

El intercambio de información entre el cerebro y el intestino se conoce como eje intestino-cerebro. Según Fukudo, en años recientes se ha sabido que el intestino no solo se mueve obedeciendo las órdenes del cerebro, sino que es capaz de juzgar y actuar por sí mismo. La situación del intestino se transmite al cerebro y los desequilibrios del eje que forman ambos órganos provocan cambios psicológicos relacionados con las emociones y los gustos. Por eso el profesor insiste en la necesidad de reconsiderar la relación entre el tracto digestivo, el intestino y el cerebro.

Fukudo Shin, director del Departamento de Medicina Psicosomática del Hospital de la Universidad de Tōhoku.
Fukudo Shin, director del Departamento de Medicina Psicosomática del Hospital de la Universidad de Tōhoku.

El síndrome del intestino irritable, consecuencia de anomalías en la relación entre el cerebro y el intestino

El cerebro influye en el intestino a través del sistema nervioso autónomo (sistema nervioso simpático y sistema nervioso parasimpático), el sistema nervioso entérico (red del tracto digestivo) y las hormonas. El nervio vago es un componente del sistema nervioso parasimpático que conecta directamente el cerebro con el intestino. El 90 % de este nervio desempeña la función de enviar señales gastrointestinales hasta el cerebro.

Una de las enfermedades que tienden a presentarse si se altera el eje intestino-cerebro y en las que es difícil que el paciente mejore es el síndrome del intestino irritable (SII). En esta afección las pruebas clínicas no detectan ninguna anomalía en la función del tracto intestinal, pero el estrés social influye mucho en la aparición y el agravamiento de los síntomas. Los nervios y el estrés provocan repetidamente síntomas como dolores abdominales, estreñimiento o diarrea, y la calidad de vida se ve gravemente deteriorada: “El SII presenta síntomas intestinales, pero es una de las enfermedades más típicas de las causadas por el estrés. Abunda en los países desarrollados y afecta a una de cada diez personas en Japón(*1)”.

Un estudio del profesor Fukudo en el que participaron (1) sujetos con SII, (2) sujetos con síntomas pero no diagnosticados y (3) sujetos sanos reveló que las personas que tenían la enfermedad o sus síntomas mostraban una mayor predisposición a la depresión y los trastornos de ansiedad. Los enfermos de SII tienden a persistir en una misma forma de pensar aunque se equivoquen. Además, muchos sufren de alexitimia —un rasgo común con el autismo— y se estresan fácilmente porque les cuesta captar las emociones ajenas ya que no son capaces de verbalizar bien las suyas propias.

Los microorganismos que habitan en la tripa

Investigando la relación entre la adaptación al estrés y la microbiota intestinal, se ha descubierto que las señales del tracto digestivo se transmiten al cerebro y provocan una serie de alteraciones. Según las últimas investigaciones, el intestino influye en las emociones, la respuesta al dolor y la conducta social mediante la interacción con los microorganismos que habitan en él. También se ha constatado que dicha interacción es uno de los factores que intervienen en decisiones como qué elegimos comer o con qué tipo de persona nos emparejamos. Por eso se habla también del eje cerebro-intestino-microbiota intestinal.

Gracias a que el análisis del ADN de los microorganismos, que antes entrañaba importantes dificultades, pasó a llevarse a cabo de forma rápida y barata a partir del año 2000, hemos ido desvelando con qué tipo de microorganismos convivimos las personas. En el cuerpo de un adulto viven más de 100 billones de microorganismos(*2). El 90 % habita en las mucosas y células del intestino y se llama microbiota intestinal. Esa microbiota, que se adquiere de la madre en el proceso de pasar por el canal uterino y a través de la lactancia, se reproduce paulatinamente a medida que el niño se desarrolla. Casi todos los tipos de microorganismos que vivirán en el individuo quedan definidos a los tres años, mientras que en la edad adulta alcanzan unas mil variedades y más de 100 billones de unidades.

La microbiota intestinal prolifera aprovechando los nutrientes de la comida, que metaboliza para generar distintas sustancias en el intestino. Uno de los elementos más importantes que genera es un neurotransmisor llamado serotonina. Un 90 % de la serotonina del cuerpo se halla en el intestino, mientras que solo un 2 % está en el cerebro. En el intestino se fabrican los aminoácidos esenciales (triptófanos) a partir de los que se produce la serotonina, que se transforman en dicha sustancia en el cerebro. Una insuficiencia de serotonina en el cerebro puede desencadenar o alargar los procesos depresivos. También se ha confirmado que la reproducción de las bacterias beneficiosas del intestino se traduce en un aumento de la cantidad de oxitocina (la “hormona de la felicidad”) en el cerebro.

El intestino es el primer cerebro

“Aun separado del centro del cerebro, el intestino reacciona a los estímulos de forma lógica y automática. El sistema digestivo funciona con autonomía incluso si no recibe órdenes de él. El intestino dispone de una red nerviosa especial que procesa los distintos tipos de información que detecta y la transmite al cerebro”.

“Lo primero que apareció cuando surgieron los seres vivos, hace 4.000 millones de años, fue un intestino”. Fukudo lo explica mediante el ejemplo de las hidras, organismos primitivos celentéreos cuya estructura consiste en una boca y un ano, que son básicamente un intestino. Con el proceso evolutivo, ese intestino pasó a estar envuelto de células nerviosas y luego desarrolló una médula espinal cuyo extremo se ensanchó para acabar formando un cerebro. Michael Gershon, docente de la Universidad de Columbia, se refiere al intestino como “el segundo cerebro”, pero Fukudo señala: “Desde el punto de vista evolutivo, el intestino es el primer cerebro”. El profesor cree que un mejor conocimiento del mecanismo de interacción entre cerebro e intestino podría permitir comprender el cerebro desde una nueva perspectiva, a través del intestino.

Los desajustes físicos y mentales debidos al estrés están relacionados con desequilibrios del eje intestino-cerebro y de la microbiota intestinal. Fukudo sospecha que son los desequilibrios de la microbiota lo que provoca alteraciones morfológicas e inflamación en el cerebro. El SII conlleva un menoscabo de la calidad de vida y entorpece el desarrollo de la vida cotidiana. Se ha descubierto también que estos desequilibrios están vinculados a la enfermedad de Parkinson, la demencia, el asma, las alergias, la depresión, los trastornos de ansiedad y el autismo.

Hydractinia epiconcha Stechow.
Hydractinia epiconcha Stechow.

Bienestar gracias a la salud intestinal

¿Cómo podemos fomentar la salud del eje cerebro-intestino-microbiota intestinal? Para mantener el equilibrio de la microbiota intestinal, Fukudo recomienda consumir siempre que se pueda productos naturales como frutas y verduras de temporada, alimentos con mucha fibra y pocos aditivos, y productos fermentados. Al parecer, cambiar los hábitos alimentarios sirve para prevenir enfermedades y a veces mejora el estado físico y la vida en general.

Es importante administrar medicamentos como los antibióticos de forma razonable, solo cuando resulten realmente necesarios, para evitar que destruyan el equilibrio de la microbiota. También es crucial tomar el desayuno. “Muchos niños evitan desayunar por miedo a que les entren ganas de ir al baño en el colegio. Hay que cambiar la mentalidad del entorno educativo para no inculcar a los niños que hacer sus necesidades fisiológicas es algo malo y vergonzoso”, insiste Fukudo.

Asimismo, hay que cuidar el equilibrio del estilo de vida, procurando dormir y descansar lo suficiente, como también practicar una cantidad adecuada de ejercicio. Sobre todo, lo mejor que podemos hacer es compartir los problemas con las personas del entorno y evitar quedarnos el estrés diario para nosotros mismos.

El SII solía ser una afección muy poco comprendida socialmente de la que tampoco se conocían tratamientos que trataran la base de la enfermedad. Ahora, sin embargo, se han desarrollado nuevos tratamientos y también se ha avanzado en terapias psicológicas como la cognitiva conductual, de eficacia demostrada para muchos problemas mentales. “Los afectados deben consultar con centros de atención sanitaria para recibir un tratamiento de alto nivel y con una base científica establecida”, aconseja el profesor Fukudo.

Entrevista y redacción: Doi Emiko (responsable de inglés de la redacción de Nippon.com)

(Traducido al español del original en japonés. Fotografía del encabezado: PIXTA.)

Bibliografía

  • Fukudo Shin. Naizō kankaku – nō to chō no fushigina kankei (Sensaciones viscerales: la misteriosa relación entre el cerebro y el intestino / NHK Books).
  • Emeran Mayer. The Mind-Gut Connection: How the Hidden Conversation Within Our Bodies Impacts Our Mood, Our Choices, and Our Overall Health (Pensar con el estómago: Cómo la relación entre digestión y cerebro afecta a la salud y el estado de ánimo).
  • Alanna Collen. 10% Human - How Your Body’s Microbes Hold the Key to Health and Happiness (10 % Humanos: Por qué los microbios de tu cuerpo son la clave de tu salud y tu felicidad).

(*1) ^ Gastroenterology 2021; 160:99–114.

(*2) ^ https://www.eiken.co.jp/uploads/modern_media/literature/MM1410_03.pdf

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