Una guerra que no debe caer en el olvido

Tres generaciones unen fuerzas para transmitir un recuerdo de la guerra que no excluya la agresión japonesa

Sociedad Historia

Nos acercamos a un guardián de la memoria histórica que viene transmitiendo a los más jóvenes sus experiencias durante los bombardeos aliados, dentro del contexto general de la guerra.

Con voz a veces entrecortada, a veces vacilante, un hombre mayor habla ante un auditorio de estudiantes de bachillerato.

“La suerte que el destino deparó a los soldados japoneses en la Guerra del Pacífico fue terrible. Se dice que murieron cerca de dos millones trescientos mil. Pero de ellos, los muertos en batalla no llegan ni siquiera a la mitad. Los demás se dice que murieron de enfermedades. Sumándoles los civiles que murieron, el saldo es de más de tres millones cien mil personas”.

Después de este énfasis puesto en la magnitud de la pérdida de vidas, el hombre se toma un respiro. Continúa:

“Pero todavía es pronto para sorprenderse. Porque en esta guerra iniciada por Japón, en China y en el Sureste Asiático murieron un total de entre quince y veinte millones de personas”.

Quien así se expresa es Satō Susumu (89 años), vecino de Toyama, capital de la prefectura homónima. Vivió en propia carne el gran bombardeo aéreo sobre su ciudad de la madrugada del 2 de agosto de 1945 y ahora se dedica a transmitir, junto al recuerdo del terror de los bombardeos, todo lo que significó aquella ya lejana guerra.

Febrero de 2023. Deseosos de conocer de primera mano las experiencias de Satō, estudiantes del instituto de bachillerato anexo a la Universidad de Kanazawa, en la vecina prefectura de Ishikawa, visitan su casa acompañados de un profesor. Antes de abordar el tema de los bombardeos aéreos, Satō pone a los jóvenes en antecedentes, exponiendo los principales hechos históricos y el desarrollo de la Guerra del Pacífico, para lo cual utiliza materiales que él mismo ha recogido. En su ordenador les pasa vídeos de programas televisivos y otras fuentes, y con esmero y detenimiento les pone en conocimiento de aquella historia, mostrándoles las circunstancias que empujaron a Japón a iniciar la guerra.

Satō Susumu (derecha) respondiendo atentamente a las preguntas de un grupo de estudiantes del instituto de bachillerato adjunto a la Universidad de Kanazawa que visitaron su domicilio. (Cortesía de Miyazaki Takahiro)
Satō Susumu (derecha) respondiendo atentamente a las preguntas de un grupo de estudiantes del instituto de bachillerato adjunto a la Universidad de Kanazawa que visitaron su domicilio. (Cortesía de Miyazaki Takahiro)

Satō causa una fuerte impresión cuando, en las pausas de su exposición, con voz grave y reposada dice cosas como: “Lo que no hay que olvidar es que, en la guerra, los japoneses fuimos víctimas, pero también fuimos agresores”.

Una destrucción del 99,5 %

Satō comenzó su actividad como kataribe o narrador en 2001. Empezó a petición de los niños del barrio, que querían escuchar sus historias sobre los bombardeos aéreos. Así fue como comenzó a recibir invitaciones de escuelas de primaria y secundaria, y otras instituciones. De estos “cursos a domicilio” hizo aproximadamente 260 hasta finales de 2023. En total, fueron cerca de 20.000 los escolares que conocieron sus experiencias del gran bombardeo aéreo de Toyama. En sus charlas, Satō no olvidaba hablar sobre la otra historia, la de la agresión.

El gran bombardeo aéreo de Toyama ocurrió antes del amanecer del día 2 de agosto de 1945. Participaron en la acción 174 bombarderos norteamericanos, que dejaron caer unas 520.000 bombas incendiarias, como un peso total de entre cuatro y cinco toneladas durante dos horas. El casco urbano de la ciudad quedó totalmente destruido por las llamas.

Estado en el que quedó el barrio comercial de Sōgawa después del bombardeo. La fotografía forma parte del álbum Toyama Daikūshū (“El gran bombardeo de Toyama”), publicado por el periódico Kitanihon shimbun.
Estado en el que quedó el barrio comercial de Sōgawa después del bombardeo. La fotografía forma parte del álbum Toyama Daikūshū (“El gran bombardeo de Toyama”), publicado por el periódico Kitanihon shimbun.

Cuando se habla de los bombardeos aliados sobre Japón, la atención suele centrarse en Tokio y otras grandes ciudades, pero según informes militares estadounidenses de valoración de daños, el bombardeo de Toyama alcanzó un porcentaje de destrucción del 99,5 %, el más alto de todos los que sufrió Japón durante la guerra. Hay que recordar también que, en la madrugada de ese mismo día, el 2 de agosto, el ejército estadounidense efectuó grandes bombardeos sobre las ciudades de Mito (prefectura de Ibaraki), Hachiōji (Tokio) y Nagaoka (Niigata). Estas cuatro acciones fueron calificadas por el New York Times de la época como “los mayores bombardeos del mundo”.

En aquellos tiempos, la ciudad de Toyama tenía una alta concentración de industria bélica, con empresas como la química Nippon Sōda o Fujikoshi, de maquinaria. El padre de Susumu formaba parte de una banda musical militar de Yokosuka (prefectura de Kanagawa), pero cuando comenzó la guerra fue transferido a la banda de instrumentos de viento de la empresa Fujikoshi, en Toyama. Toda la familia se mudó allí, donde ocurrió el bombardeo cuando Susumu tenía 10 años.

Satō tiene en sus manos una fotografía tomada por el ejército de EE. UU. antes del bombardeo. Para hacerla, se utilizaron bombas de iluminación. En ella puede verse la casa en la que vivía la familia Satō. “Esta es mi casa”, dice señalándola en la fotografía. “Se siente rabia al verla, pero ahí está, bien visible”.

La noche de aquel 1 de agosto las sirenas antiaéreas comenzaron a sonar y Satō se levantó de un brinco, pero se acostó otra vez cuando dejaron de oírse y cayó en un sueño profundo. Entrado ya el día 2, antes del amanecer, llegaron los bombarderos y las llamas comenzaron a tragarse la ciudad desde el oeste.

Él, su madre, su hermano mayor y su hermana menor salieron de la casa y buscaron refugio en un arrozal próximo, llevándose futones como protección. Oían ruidos fuertes y extraños. Eran los que hacían las bombas incendiarias cuando caían sobre el arrozal y quedaban enterradas en el barro. Por suerte para ellos, las bombas enterradas daban algún margen de tiempo antes de explotar.

“De pronto, de algún lugar nos llegó una voz que decía: ‘¡Al río!, ¡tiraos al río!’. Mi hermano mayor y yo nos pusimos a correr como locos y nos lanzamos, pero mi hermana se quedó en el arrozal, sin poder reaccionar. Mi madre la ayudó y finalmente las dos se lanzaron con nosotros al río. Si hubieran tardado un poco más, no se habrían salvado. Cada vez que me acuerdo de que yo me puse a salvo sin pensar en ellas, me entran remordimientos”.

Escolares que se enteran de que Japón fue país agresor

Las 520.000 bombas incendiarias lanzadas sobre Toyama redujeron la ciudad a cenizas. El fuego llegó hasta las inmediaciones del río. Protegiéndose con los futones empapados de agua del río, los Satō esperaron hasta que el fuego cediera.

“Al amanecer, nada era lo mismo, no había más que una extensión de escombros humeantes. El fuego había destruido también nuestra casa y había cadáveres por todas partes. Vimos también los de muchos niños pequeños. Poco después, el mar llevó a la costa de la vecina ciudad de Himi unos diez cadáveres. Decían que entre ellos estaba el de una joven madre que abrazaba a su recién nacido”.

La ciudad de Himi está situada en la base de la península de Noto. Aquellos cadáveres eran algunos de los que el río Jinzū, que recorre la ciudad de Toyama de sur a norte, había arrojado a la bahía. Una dantesca imagen que confiere todavía más viveza y realismo a la narración de Satō. Este continúa:

“Imaginad lo que ocurre cuando lanzas una bomba sobre una zona de casas apiñadas. Incluso en tiempos de guerra existe la norma de no atacar objetivos civiles. Pero los primeros que violaron esta norma fueron Japón y Alemania. Y luego la violó también Estados Unidos. Así es la guerra”.

En la narración de Satō, el gran bombardeo de Toyama se presenta como un episodio más de la Guerra del Pacífico. Ha estudiado la realidad de los daños infligidos por Japón y basa sus charlas en información que ha acumulado visitando lugares como Okinawa, donde se libró una de las batallas más sangrientas, o los monumentos conmemorativos de la isla de Oahu, en el archipiélago de Hawái, donde se sitúa la base militar de Pearl Harbor, atacada por los japoneses en diciembre de 1941.

La charla, de cerca de una hora, ha finalizado. Con rostros que reflejan comprensión y docilidad, los estudiantes dan las gracias a Satō.

“Sinceramente, yo pensaba que Japón había sido víctima de la guerra”. “Creo que ha sido una oportunidad para acercarme a la verdadera historia de la guerra, que no entendí cuando la estudié en los libros de la escuela”.

Ucrania, una realidad que se superpone a los recuerdos de aquella otra guerra

Junto al grupo de estudiantes llegados de la prefectura vecina, escucharon con gran atención tomando notas la charla de Satō dos mujeres. Una de ellas es su hija Nishida Akiyo (55 años); la otra es Nanako (16 años), hija de esta y nieta de aquel. Las dos están formándose para tomar algún día el relevo de Satō y seguir narrando la verdad de la guerra.

Akiyo ha aconsejado a su padre que ponga fin a sus actividades, pues durante estos últimos cinco años su salud se ha hecho más frágil y esto representa una gran preocupación para ella. Pero Satō dice que esa es su misión, y ante estas palabras Akiyo ha comenzado a pensar qué podría hacer para ayudarle.

La agresión rusa sobre Ucrania, que se inició el 24 de febrero de 2022, fortaleció el compromiso de Akiyo. Los noticieros decían que Kiev, la capital ucraniana, estaba siendo bombardeada, y que el ejército de tierra ruso había cruzado la frontera y estaba atacando las regiones orientales del país. En la mente de Akiyo, las escenas de destrucción que mostraba la televisión se fundían con la narración de las experiencias de su padre. “Sentí que no podía permanecer callada”, rememora.

¿Qué podía hacer ella? Cuando trataba de hallar una respuesta, conoció en internet la existencia en Hiroshima de un programa de formación para los “transmisores de la experiencia del bombardeo nuclear”.

Este programa del ayuntamiento de Hiroshima se puso en marcha en 2012 con el objetivo de contribuir a la transmisión a las siguientes generaciones de aquella dura experiencia. Al principio, el programa incluía dos tipos de narradores: las personas que habían sufrido directamente el bombardeo y daban su testimonio, y quienes transmitían las experiencias contadas por ellos. Desde el año fiscal 2022, el ayuntamiento extendió el programa formativo a un tercer grupo, el de las personas que transmiten las experiencias de un familiar. Permite que los hijos o nietos de los hibakusha (víctimas de la bomba atómica) se sumen al colectivo de narradores después de un cursillo de dos años.

Akiyo se sintió muy interesada por el programa y propuso a su hija Nanako que participasen juntas. Nanako, que también estaba muy sensibilizada por los sucesos de Ucrania, aceptó a la primera.

Satō Susumu junto a su hija Nishida Akiyo (izquierda) y su nieta Nanako, siempre atentas a sus relatos. (Cortesía de Miyazaki Takahiro)
Satō Susumu junto a su hija Nishida Akiyo (izquierda) y su nieta Nanako, siempre atentas a sus relatos. (Cortesía de Miyazaki Takahiro)

Los noticieros difundían imágenes en las que se veían a niños en refugios antiaéreos diciendo entre lágrimas que no querían morir. Otros vagaban sin rumbo llorando entre los escombros. Estas imágenes le daban qué pensar a Nanako.

“Eran niños y niñas como yo misma, que se habían visto envueltos en una guerra. Sentí que no podía seguir sin hacer nada. No hacer nada equivale a aceptar esa guerra. Me gustaría hacer todo lo que pueda, para no olvidar nunca que hay personas que resultan heridas y mueren en las guerras”.

Tres generaciones buscando la verdad histórica en Okinawa

Akiyo y Nanako suelen acompañar a Satō en sus “cursos a domicilio”, es decir, que de forma espontánea han recibido una buena formación. En febrero de 2024, los tres fueron a Okinawa a recorrer los sitios relacionados con la guerra.

“Para que puedan tomar mi relevo, van a tener que adquirir un amplio abanico de conocimientos sobre aquella guerra. Okinawa es la única parte de Japón que fue escenario de una batalla terrestre. Allí, los daños recibidos fueron masivos debido a la voluntad del Cuartel General del Ejército Imperial de retener al ejército estadounidense tanto como fuese posible, y quería que ellas lo supieran”. Con esta idea emprendió Satō el viaje.

Durante la batalla de Okinawa, los tanques estadounidenses utilizaron lanzallamas contra los gama (cuevas o agujeros naturales en las rocas) donde se refugiaban los soldados y civiles japoneses. (Fotografía tomada el 25 de junio de 1945, colección del Archivo Prefectural de Okinawa.)
Durante la batalla de Okinawa, los tanques estadounidenses utilizaron lanzallamas contra los gama (cuevas o agujeros naturales en las rocas) donde se refugiaban los soldados y civiles japoneses. (Fotografía tomada el 25 de junio de 1945, colección del Archivo Prefectural de Okinawa.)

En Okinawa, visitaron el Museo Conmemorativo del Tsushima-maru (Naha). El Tsushima-maru fue un buque utilizado durante la guerra para evacuar niños okinawenses a Nagasaki, que fue hundido por Estados Unidos con un saldo mortal de más 1.500 muertos. Allí, pudieron escuchar el testimonio de un superviviente. Luego visitaron el Museo de la Paz Himeyuri (Itoman), que les dio oportunidad de considerar detenidamente el trágico destino de las jóvenes estudiantes okinawenses movilizadas por el ejército como enfermeras. Estuvieron también en las ruinas del castillo de Urasoe, en la ciudad homónima, testigo de algunos de los enfrentamientos más encarnizados. De allí fueron hacia el norte, siguiendo la carretera nacional 58, un recorrido que les permitió tomar conciencia de la posición central que ocupan las bases norteamericanas desplegadas por esta pequeña isla.

Soldados estadounidenses retiran cadáveres de compañeros muertos durante la batalla de Okinawa en un lugar próximo al castillo de Urasoe, donde se vivieron durísimos choques. (Fotografía tomada el 22 de abril de 1945, colección del Archivo Prefectural de Okinawa)
Soldados estadounidenses retiran cadáveres de compañeros muertos durante la batalla de Okinawa en un lugar próximo al castillo de Urasoe, donde se vivieron durísimos choques. (Fotografía tomada el 22 de abril de 1945, colección del Archivo Prefectural de Okinawa)

Durante este viaje por Okinawa, Satō se sintió mal y tuvo que ser hospitalizado temporalmente. En junio, su estado de salud todavía no se había restablecido completamente, por lo que Akiyo decidió sustituir a su padre por primera vez en uno de sus “cursos a domicilio”. A finales de julio, fue su hija Nanako, alumna del primer año de bachillerato, quien debutó dando una charla ante un grupo de alumnos de primaria.

“Sabía que este día podía llegar”, explica Akiyo. “Todavía no estoy preparada y es imposible estar a la altura de mi padre, pero voy a seguir aprendiendo para poder tomar su relevo”.

Colaboración para el reportaje: Redacción de Power News.

Fotografía del encabezado: la ciudad de Toyama después del gran bombardeo aéreo, en imagen tomada desde la azotea del Toyama Denki Building. Fotografía extraída del álbum fotográfico Toyama Daikūshū (“El gran bombardeo de Toyama”), publicado por el Kitanihon Shimbun.

(Traducido al español del original en japonés.)

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