Hachikō no es el único: los perros más recordados de Japón y sus monumentos

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La estatua del fiel perro Hachikō, frente a la estación de Shibuya (Tokio), se ha convertido en una visita obligada entre los turistas extranjeros. Pero monumentos que dan testimonio de los estrechos vínculos que han mantenido los japoneses con los canes pueden encontrarse repartidos por todas las regiones del país. Veamos qué historias se esconden detrás de algunos de ellos.

Grupo escultórico de los perros de la Antártida (Tachikawa)

A cinco minutos caminando del Ayuntamiento de Tachikawa (prefectura de Tokio) se alza, en una zona repleta de instituciones científicas, el Museo de las Ciencias Polares, que transmite de una forma muy sensitiva los resultados obtenidos en ambos polos de la Tierra por el vecino Instituto Nacional de Investigaciones Polares. En el jardín del museo encontramos nuestra primera obra, un grupo con 15 figuras de perros de la raza husky de Sajalín, conocida en Japón como karafutoken (“perro de Karafuto”). Este monumento se hizo en homenaje a los perros que acompañaron a la primera expedición científica japonesa a la Antártida (1957-1958), y que no pudieron ser traídos de vuelta debido las trágicas circunstancias que rodearon su regreso (fotografía del encabezado).

El husky de Sajalín es una raza creada mediante cruces en la isla de Sajalín (previamente conocida como Karafuto en Japón) y en las islas Kuriles (Chishima). Obediente y de gran fortaleza física, puede sobrevivir cerca de dos semanas sin comer y resiste holgadamente temperaturas de 40 grados bajo cero, por lo que fue utilizado en Hokkaidō desde antiguo como perro de trabajo.

Una vez decidido que sería esta raza canina la que tiraría de los trineos de la expedición científica, se seleccionó primero 40 de un total de 1.000 ejemplares de Hokkaidō, y de los 40 fueron elegidos finalmente los 22 que demostraron en los entrenamientos ser los más aptos. Estos 22 perros fueron enviados a la Antártida con el primer equipo japonés que invernó en esa región del globo. Para febrero del año siguiente (1958) se esperaba la llegada de un segundo equipo expedicionario, pero las duras condiciones atmosféricas impidieron su desembarco en la Antártida. Esto desencadenó una situación crítica en la base Shōwa, que finalmente hubo de ser abandonada dejando en ella 15 perros encadenados.

El regreso a la base de los miembros de la expedición en enero de 1959 quedó envuelto entre gritos de alegría y admiración al comprobar que Taro y Jiro, dos de los 15 perros abandonados, habían logrado soltarse y sobrevivir en aquel durísimo medio. Esta milagrosa historia quedó recogida en la película Nankyoku monogatari (Antarctica, por su título en inglés), llegando así a ser ampliamente conocida también en el extranjero.

A la derecha, Taro y Jiro en la Antártida. A la izquierda, sus estatuas en el puerto de Nagoya, frente al barco de observación antártica Fuji, que se conserva en dicho lugar. (Jiji Press)
A la derecha, Taro y Jiro en la Antártida. A la izquierda, sus estatuas en el puerto de Nagoya, frente al barco de observación antártica Fuji, que se conserva en dicho lugar. (Jiji Press)

De los 13 perros restantes, aparecieron siete cadáveres encadenados. Los otros seis se dieron por perdidos. Nueve años después, en 1968, fue hallado el cadáver de uno de ellos en las cercanías de la base, lo que indica que este “tercer perro” también fue capaz de desencadenarse y sobrevivir durante algún tiempo.

Kitamura Taiichi, encargado de los perros y único miembro del primer grupo que pudo regresar a la base Shōwa y protagonizar el dramático reencuentro con los animales, llegó en 2020 a la conclusión, gracias a los datos aportados por el periodista Kaetsu Hiroshi, de que aquel “tercer perro” era Riki, y que la supervivencia de Taro y Jiro se debía a la protección que aquel les ofreció. Una cuidadosa reconstrucción de los hechos puede encontrarse en el libro Sono inu no na wo dare mo shiranai (“Nadie sabe cómo se llamaba aquel perro”), escrito por Kaetsu, supervisado por Kitamura y publicado por la editorial Shōgakukan Shūeisha Production.

El monumento a los 15 perros, promovido por la Sociedad Protectora de Animales de Japón, quedó instalado en septiembre de 1959 a la entrada de la Torre de Tokio, de donde fue retirado con motivo de unas obras de acondicionamiento en los alrededores de la torre. En 2013 fue donado al museo y reubicado en su jardín, con lo que puede decirse que el deseo de los fieles canes de volver con los investigadores de la Antártida se cumplió medio siglo después.

Algunos de los perros de este conjunto escultórico aúllan tristemente. Otros duermen pegados unos a otros. ¿Esperarán pacientemente el regreso del equipo expedicionario recordando con nostalgia su amada tierra de Hokkaidō?

Izquierda: Las estatuas en bronce de los 15 perros son obra de Andō Takeshi, que fue autor también de la estatua del fiel Hachikō de Shibuya (Fotografía: Amano Hisaki). Derecha: El grupo escultórico en su anterior ubicación junto a la Torre de Tokio (Jiji Press).
Izquierda: Las estatuas en bronce de los 15 perros son obra de Andō Takeshi, que fue autor también de la estatua del fiel Hachikō de Shibuya (Fotografía: Amano Hisaki). Derecha: El grupo escultórico en su anterior ubicación junto a la Torre de Tokio (Jiji Press).

Con su Aurora Theater y su variada colección que incluye hielo y meteoritos de la Antártida, el Museo de las Ciencias Polares, inaugurado en 2010, es un inmejorable lugar para aprender de forma amena sobre los polos. A la izquierda, el trineo de oruga que entre 1968 y 1969 realizó con éxito los 5.200 kilómetros de la travesía de ida y vuelta entre la base Shōwa y el polo sur magnético. A la derecha, una muestra de cómo eran los trineos tirados por perros que se utilizaban antes de la introducción del trineo de oruga. (Fotografías: Amano Hisaki)
Con su Aurora Theater y su variada colección que incluye hielo y meteoritos de la Antártida, el Museo de las Ciencias Polares, inaugurado en 2010, es un inmejorable lugar para aprender de forma amena sobre los polos. A la izquierda, el trineo de oruga que entre 1968 y 1969 realizó con éxito los 5.200 kilómetros de la travesía de ida y vuelta entre la base Shōwa y el polo sur magnético. A la derecha, una muestra de cómo eran los trineos tirados por perros que se utilizaban antes de la introducción del trineo de oruga. (Fotografías: Amano Hisaki)

Estatua del perro bombero Bunkō (Otaru)

Con sus almacenes de característico ladrillo rojo y sus calles adoquinadas, la ciudad de Otaru (prefectura de Hokkaidō) ha conservado hasta nuestro tiempo el ambiente de ciudad portuaria que tuvo en su época de mayor esplendor, entre las eras Meiji (1868-1912) y Taishō (1912-1926). A unos 10 minutos a pie de la estación de ferrocarril de Otaru, junto a la puerta del edificio histórico Kyū-Otaru Sōko, a orillas de un canal, encontramos la estatua de bronce de un perro. Su nombre era Bunkō. Hoy, es uno de los puntos preferidos por los turistas para hacerse fotografías de recuerdo.

La estatua del perro Bunkō, junto a la puerta del edificio histórico Kyū-Otaru Sōko, construido en 1893. (PIXTA)
La estatua del perro Bunkō, junto a la puerta del edificio histórico Kyū-Otaru Sōko, construido en 1893. (PIXTA)

Bunkō era un macho mestizo que se crio en la estación de bomberos de la ciudad entre las décadas de 1910 y 1930. Se cuenta que, cuando el coche de bomberos se ponía en marcha, era el primero en subirse a él y llegaba hasta el lugar del incendio sentado sobre el peldaño exterior. De este modo, estuvo presente en más de 1.000 salidas, ayudando a dispersar a los curiosos, acercando las mangueras a los bomberos y haciendo otros muchos servicios. Sus hazañas llegaron a la prensa y a la radio, difundiéndose así por todo el país.

A los gritos de “¡arriba!” y “¡abajo!”, Bunkō se subía al peldaño exterior del coche de bomberos y se apeaba de él con presteza, una más de las muchas habilidades que demostró el perro bombero de Otaru. (Cortesía del Servicio de Extinción de Incendios de Otaru)
A los gritos de “¡arriba!” y “¡abajo!”, Bunkō se subía al peldaño exterior del coche de bomberos y se apeaba de él con presteza, una más de las muchas habilidades que demostró el perro bombero de Otaru. (Cortesía del Servicio de Extinción de Incendios de Otaru)

Bunkō murió rodeado de muchas personas el 3 de febrero de 1938. Fue muy longevo, pues alcanzó los 24 años, equivalentes a los 100 de una persona. Los detalles de su paso por este mundo pueden encontrarse en el libro ilustrado Shōbōken Bunkō (“Bunkō, el perro bombero”; texto de Mizuguchi Tadashi, ilustraciones de Kaji Ayuta, editorial Bunkeidō).

Gran parte del caserío de la antigua Otaru, en la que Bunkō prestó sus servicios, era de madera y no era raro que ocurrieran grandes incendios, razón por la cual se potenció el servicio de bomberos y se promovió la construcción de edificios de ladrillo o piedra.

Fue precisamente entre los restos carbonizados de un incendio donde los miembros del servicio encontraron llorando al perrito, todavía muy joven. Se lo llevaron y decidieron criarlo en la estación. Pronto descubrieron que era un perro inteligente y divertido: le gustaba que le pusieran la gorra del uniforme y era capaz de acercarse por sí mismo al hospital veterinario cuando se ponía enfermo.

En 2006, un grupo formado en gran parte por miembros del servicio comenzó a reunir donaciones para elevarle un monumento. La estatua fue ubicada en julio de ese mismo año junto a la puerta del Kyū-Otaru Sōko. El nuevo Bun-chan de bronce transmite, además de la singular historia del can, las variaciones estacionales y muchas efemérides gracias a los pañuelos, bufandas y otras prendas que se le colocan a lo largo del año, algo muy del agrado de los curiosos y visitantes.

La encargada de “vestirlo” es Yoshida Rieko, de la Asociación de Turismo de Otaru. “En primavera y en otoño, pañuelos y bandanas; en verano el típico happi (blusón) de la fiesta local Ushio Matsuri; en invierno, jersey de lana y bufanda, y hasta tiene un traje especial para las Navidades. Todas las prendas nos las traen los ciudadanos”, explica.

Hay otro rincón más de Otaru que transmite la historia de Bunkō: el pabellón Ungakan del Museo de Otaru, junto al referido edificio histórico. Allí se exhibe su figura disecada, que lo presenta como un perro blanquecino con manchas marrones, orejas semicaídas y aspecto bonachón.

La estatua de bronce de Bunkō luciendo una pañoleta de diseño floral donada por un ciudadano de Otaru. (Fotografía: Yoshida Rieko)
La estatua de bronce de Bunkō luciendo una pañoleta de diseño floral donada por un ciudadano de Otaru. (Fotografía: Yoshida Rieko)

Cada 3 de febrero, aniversario de su muerte, Bunkō recibe sus dulces favoritos de manos de los ciudadanos de Otaru (Fotografía: Yoshida Rieko). A la derecha, la figura disecada de Bunkō expuesta en el pabellón Ungakan del Museo de Otaru. (Cortesía del Museo de Otaru)
Cada 3 de febrero, aniversario de su muerte, Bunkō recibe sus dulces favoritos de manos de los ciudadanos de Otaru (Fotografía: Yoshida Rieko). A la derecha, la figura disecada de Bunkō expuesta en el pabellón Ungakan del Museo de Otaru. (Cortesía del Museo de Otaru)

Los perros peregrinos de Ise

El Gran Santuario de Ise, popularmente conocido como “O-Ise-san”, ocupa un lugar de honor entre los numerosísimos santuarios sintoístas que abarrotan el país y que algunos cifran en cerca de 80.000. En la calle que conduce al santuario exterior (Geku), abre sus puertas el histórico establecimiento Ise Sekiya. Junto a su fachada hay una estatua de bronce con la que los turistas gustan de fotografiarse. Es el Hishaku dōji, un niño que lleva al hombro un cacillo y que va montado a lomos de un perro. El significado de esta misteriosa estatua nos lo da la inscripción de su pedestal, escrita por el propio escultor, Yabuuchi Satoshi: “Durante mucho tiempo, la gente soñó con poder hacer alguna vez la peregrinación a Ise, y hubo perros que hicieron realidad el sueño de quienes no podían permitirse hacer el viaje por sí mismos. Se dice que muchos perros, con su cacillo a lomos, lograron hacer el camino gracias a la ayuda de los peregrinos. El niño que aparece sobre el perro simboliza esa amabilidad”.

La estatua Hishaku dōji, junto a la fachada de la tienda Ise Sekiya. (Fotografía tomada de del sitio web de Ise Sekiya)
La estatua Hishaku dōji, junto a la fachada de la tienda Ise Sekiya. (Fotografía tomada de del sitio web de Ise Sekiya)

Con el acondicionamiento de la ruta Edo-Kioto y la construcción de las 53 estaciones con albergues para viajeros durante el periodo Edo (1603-1868), el deseo de peregrinar alguna vez al Gran Santuario de Ise se extendió por las clases populares. Aproximadamente cada 60 años, esta tendencia marcaba un gran boom. La gente acudía ansiosa de recibir favores de los dioses y ese es el sentido de la expresión o-kagemairi, sinónimo de peregrinación a Ise.

El fervor popular era tal que quienes por enfermedad o cualquier otra circunstancia no podían hacer por sí mismos el largo camino a Ise, enviaban a su perro, que echaba a andar en dirección a Ise cargando como distintivo con el cacillo que se usa para rociarse con el agua lustral a la entrada del santuario.

En su libro Inu no Ise mairi (“La peregrinación a Ise de los perros”, editorial Heibonsha), Nishina Kunio nos informa de que el primer documento que acredita esta costumbre data de 1771. Se trata de un registro personal de uno de los sacerdotes del propio santuario, según el cual, el perro enviado por alguien llamado Takada Zenbei, de la provincia de Yamashiro (actual prefectura de Kioto), peregrinó al santuario, donde recibió su o-fuda o amuleto.

Estas “peregrinaciones vicarias” continuaron en años posteriores y prueba de ello nos la da el templo de Junenji, Sukagawa (prefectura de Fukushima). Detrás de uno de los edificios del complejo, el Fudōdō, encontramos la estatua del perro Shiro, que también recibió el consabido amuleto tras peregrinar a Ise sustituyendo a su amo enfermo en los años de la era Kansei (1789-1801).

A estos canes se les solía colgar del cuello una tablilla de madera en la que se hacía constar la dirección de su amo y su condición de perro en peregrinación a Ise. Se les ponía también algunas monedas ensartadas en un cordón. Lógicamente, por sí solos habrían sido incapaces de alcanzar su meta, pero entre los caminantes se hacían coordinaciones para encaminarlos de una aldea a la siguiente, un sistema llamado muraokuri. Existía entonces la creencia de que estas buenas acciones en favor de los perros peregrinos redundaban en beneficio espiritual propio, por lo que a casi nadie se le ocurría hacer cosas como robarles las monedas que llevaban. Cabe destacar el caso de un perro que hizo exitosamente el camino de ida y vuelta a Ise desde la población de Kuroishi, en la comarca de Tsugaru, situada en la actual prefectura de Aomori, es decir, en el extremo norte de la isla de Honshū. Caminó, pues, cerca de 2.400 kilómetros en tres años, siendo así el perro japonés del que puede acreditarse una mayor distancia recorrida en solitario.

El grabado ukiyoe de Utagawa Hiroshige titulado Yokkaichi、Hinaga oiwake sangūdō. Frente al torii puede observarse a un o-kageinu (“perro peregrino”).
El grabado ukiyoe de Utagawa Hiroshige titulado Yokkaichi, Hinaga oiwake sangūdō. Frente al torii puede observarse a un o-kageinu (“perro peregrino”).

Aunque el número de perros que llegaban a Ise fue descendiendo, entrada la era Meiji (1868-1912) aún pueden encontrarse algunos casos. Sin embargo, las nuevas leyes relativas a la tenencia de perros y otros animales, que comenzaron a estar vigentes en Tokio en 1873 y se extendieron luego a todo el país, endurecieron las exigencias de control sobre estos animales y significaron el fin de esta costumbre.

Ahora, cuando han pasado ya 150 años desde aquella época, una vez más los o-kageinu vuelven a estar de actualidad. En las calles comerciales próximas al santuario, conocidas como Okage Yokochō, quien vaya con su perro puede hacerlo pasar por un perfecto o-kageinu poniéndole al cuello el shimenawa (cuerda) y el kinchaku (monedero de tela), un nuevo servicio que está teniendo gran aceptación. Como premio, se recibe un talismán que protege contra las enfermedades.

A la izquierda, un perro ataviado de o-kageinu fotografiado en la zona comercial Okage Yokochō, a la entrada del Gran Santuario de Ise. A la derecha, las populares correas decorativas con motivo de o-kageinu. (Cortesía de Okage Yokochō)
A la izquierda, un perro ataviado de o-kageinu fotografiado en la zona comercial Okage Yokochō, a la entrada del Gran Santuario de Ise. A la derecha, las populares correas decorativas con motivo de o-kageinu. (Cortesía de Okage Yokochō)

Chirori, primera perra de terapia de Japón

Personas de negocios y turistas atestan todos los días las calles del céntrico barrio tokiota de Ginza. Allí, a cinco minutos a pie de la estación de Ginza de la ferroviaria Tokyo Metro está el Kabukiza. Muy cerca de este teatro está el parque Tsukijigawa Ginza, en el que encontraremos las estatuas de una perra con sus cachorros. Es Chirori, la primera perra recogida que fue exitosamente utilizada en Japón en terapias curativas.

Monumento a Chirori a la entrada del parque Tsukijigawa Ginza. En las cercanías está el centro de atención a la tercera edad al que la perra era llevada para efectuar la terapia. (Fotografía: Amano Hisaki)
Monumento a Chirori a la entrada del parque Tsukijigawa Ginza. En las cercanías está el centro de atención a la tercera edad al que la perra era llevada para efectuar la terapia. (Fotografía: Amano Hisaki)

La zooterapia o terapia asistida con animales es una técnica en la que los animales contribuyen al bienestar físico y mental de ancianos y pacientes en instituciones médicas o de atención. Se sabe que la presencia de perros y otros animales puede tener efectos muy beneficiosos sobre la estabilidad psicológica, aliviando los casos de demencia y contribuyendo también a acelerar la recuperación de quienes han sufrido accidentes cerebrovasculares.

Chirori, una perra abandonada que en el verano de 1992 estaba a punto de ser sacrificada, fue adoptada en el último momento por el músico Ōki Tōru, fundador de la Asociación Internacional de Perros de Terapia. Su libro Meiken Chirori (“La famosa perra Chirori”; editorial Iwasaki) narra la forma en que se convirtió en una requerida “terapeuta”.

Chirori era un cruce de razas que además presentaba un problema en su pata derecha, pero esto no fue óbice para que durante 12 años hiciera magníficos servicios visitando ancianos y personas vulnerables hasta su muerte en la primavera de 2006. Lo que hacía de ella una perrita encantadora era la dulce expresión de sus ojos. Una mirada suya bastaba para sanar un corazón dolorido y con ella fue capaz de dar consuelo a mucha gente.

Portada del libro Meiken Chirori, de Ōki Tōru.
Portada del libro Meiken Chirori, de Ōki Tōru.

La historia de Chirori ha sido incluida hasta el momento en cinco libros escolares y ha dado origen a monografías en Japón y en el extranjero.

Se cuentan de ella muchas cosas. El caso de una persona cuyo mayor deseo era acariciar a Chirori y gracias a su esfuerzo en las sesiones de rehabilitación logró recuperar la movilidad que había perdido en una mano. Otros recuperaron la voz o las ganas de vivir que habían perdido, incluso hubo estudiantes que se habían encerrado en su casa y que lograron reincorporarse a la vida escolar gracias a ella.

Pero, según explica Ōki, el mayor legado que ha dejado Chirori es allanar el camino para que otros muchos perros abandonados puedan evitar la muerte como perros de terapia.

“En un hospital que visité después del Gran Terremoto del Este de Japón, me encontré con que todos conocían allí la existencia de estos perros y se alegraron mucho cuando les llevé uno. Entre ellos había una persona que había perdido a su perro en el tsunami y, que abrazaba fuertemente al perro de terapia junto a una fotografía de su propio perro”.

En silla de ruedas, Hasegawa Sotokichi recibe con satisfacción la llegada de la perra de terapia Chirori. Animado por su presencia, Hasegawa logró superar el grado 5 de dependencia hasta poder ponerse en pie por sí mismo. A su lado, Ōki Tōru. (Cortesía de la Asociación Internacional de Perros de Terapia)
En silla de ruedas, Hasegawa Sotokichi recibe con satisfacción la llegada de la perra de terapia Chirori. Animado por su presencia, Hasegawa logró superar el grado 5 de dependencia hasta poder ponerse en pie por sí mismo. A su lado, Ōki Tōru. (Cortesía de la Asociación Internacional de Perros de Terapia)

Nakazato Eiko, que sufría una discapacidad cerebral leve, perdió la movilidad de brazos y piernas a raíz de un accidente doméstico. Cuando Chirori (izquierda) comenzó a visitarla Nakazato apenas reaccionaba, pero fue familiarizándose con ella y ahora la recibe con esta espectacular sonrisa. (Cortesía de la Asociación Internacional de Perros de Terapia)
Nakazato Eiko, que sufría una discapacidad cerebral leve, perdió la movilidad de brazos y piernas a raíz de un accidente doméstico. Cuando Chirori (izquierda) comenzó a visitarla Nakazato apenas reaccionaba, pero fue familiarizándose con ella y ahora la recibe con esta espectacular sonrisa. (Cortesía de la Asociación Internacional de Perros de Terapia)

En Japón hay otras muchas estatuas de perros famosos por su lealtad y sus servicios. Adjuntados aquí una lista.

Estatua del Fiel Perro Shiro, en el santuario de Rōken (Ōdate, prefectura de Akita)

Fue un perro cazador que trató de defender hasta el último momento a su amo cuando este había sido apresado y estaba a punto de ser ejecutado por cazar sin la preceptiva autorización. En el santuario de Rōken se le venera como guardián de la seguridad en el hogar y recibe en ofrenda multitud de juguetes caninos.

Estatua de Motoinu, personaje del rakugo (Taitō-ku, Tokio)

Desde 2010, está sentado cerca del torii que conduce al santuario de Kuramae, al que mira con gesto reverencial. Era un perro que protagonizaba una de las historias del rakugo (arte tradicional de recitado de diálogos humorísticos) y que pidió a los dioses ser convertido en humano hasta que lo consiguió. Su gracioso nombre significa “experro”.

Estatua de Saigō Takamori (Taitō-ku, Tokio)

Este héroe de la Restauración Meiji aparece de paseo con su perro en el famoso monumento que adorna la entrada del parque Ueno. Obra del escultor Takamura Kōun. Takamori es conocido como un gran amante de los perros. Su cariño llegaba al punto de quitarse de la boca su bocado preferido, la anguila, para dársela a su perro, o eso es lo que se dice.

Estatuas del perro lazarillo Sābu (en Nagoya, prefectura de Aichi, y en Gujō, prefectura de Gifu)

Sābu fue un perro lazarillo que perdió una de las manos tratando de proteger a su amo cuando iba a ser atropellado por un vehículo. Un año después del accidente, en 1983, se publicó el libro Ganbare! Mōdōken Sābu (“¡Ánimo, Sābu!”), que se convirtió en un best-seller.

Lápida de Gon, el perro guía de Kōyasan (Kudoyama, prefectura de Wakayama)

Kōyasan es un famoso complejo de templos budistas fundado por el Kūkai. Gon acompañaba a los visitantes que se apeaban del tren en la cercana estación de Kudoyama hasta el templo de Jison-in, donde se venera a la madre del maestro budista.

Lápida de Dan, el perro ciego (Matsuyama, prefectura de Ehime)

La lápida se encuentra dentro de los terrenos de la escuela primaria de Shiomi. En esta escuela el reglamento prohibía criar animales, pero la determinación que mostraron los niños que encontraron a Dan siendo un cachorro ciego y abandonado derribó todas las barreras.

Fotografía del encabezado: Grupo escultórico en bronce de los 15 perros de Karafuto, en el jardín del Museo de las Ciencias Polares (Tachikawa, Tokio). Obra de Andō Takeshi, autor también de la estatua del perro Hachikō de Shibuya, homenajea a los perros que acompañaron a una expedición científica japonesa a la Antártida. (Fotografía de Amano Hisaki)

(Traducido al español del original en japonés.)

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