Uchizawa Junko: confesiones de una víctima japonesa de acoso

Sociedad

Muy pocas víctimas de acoso físico se deciden a hacer pública su experiencia. La razón es el temor a que su agresor vuelva a ensañarse con ellas. Escuchamos el testimonio de Uchizawa Junko, que en su último libro narra con toda crudeza su lucha con un hombre que comenzó a acosarla cuando ella pretendió poner fin a su relación.

Uchizawa Junko UCHIZAWA Junko

Escritora e ilustradora. Nacida en 1967 en la prefectura de Kanagawa, en 2011 obtuvo el Premio Kōdansha de Ensayo por su obra Shintai no iinari (“A merced del cuerpo”; Asahi Shimbun Shuppan). Es también autora de Tadayou mama ni shima ni tsuki “Llegué a esta isla a la deriva”: Asahi Bunko, 2019), Sekai tochiku kikō (“Viaje por los mataderos del mundo”; Kadokawa Bunko, 2011) y otras obras.

Uchizawa Junko, escritora, se había despedido de la vida urbana y mudado en 2014 a Shōdoshima, en plena naturaleza. Disfrutaba mucho de su nueva vida en esta isla de la prefectura de Kagawa, donde había hecho amistades tanto entre los llegados de fuera como entre los lugareños. Criaba, incluso, una cabra como animal de compañía. Dos años duró esta bucólica vida. Los sufrimientos llegaron cuando un hombre al que había conocido a través de internet y con el que había mantenido una relación durante cerca de ocho meses comenzó a acosarla. Fue una transformación. En su último libro, titulado Sutōkā to no 700-nichi sensō (“Mi guerra de los 700 días con un acosador”, editorial Bungei Shunjū) es un trepidante y pormenorizado relato en el que Uchizawa explica qué llegó a hacer para protegerse, cómo fue víctima del pánico y perdió completamente la capacidad de juzgar con serenidad, y cómo actuaron en su caso la policía y los tribunales. El libro pone de relieve las grandes carencias del sistema actual para hacer frente a los acosadores.

“Yo no soy un acosador”

Las complicaciones en su relación con A., residente también en la prefectura de Kagawa aunque no en la misma isla, comenzaron a principios de abril de 2016. Uchizawa trató de cortar usando el sistema de mensajería de Facebook, pero esto no hizo más que atizar la obsesión de A. Como Uchizawa sabía ya lo que era ser acosada y sentía miedo ante tanta insistencia, le advirtió que si no la dejaba en paz llamaría a la policía. “Nada más ver las palabras ‘acoso’ y ‘polícia’, se puso fuera de sí, diciendo que él no era un acosador”, explica.

Uno de los libros publicados por Uchizawa Junko sobre el acoso.
Uno de los libros publicados por Uchizawa Junko sobre el acoso.

Ante la actitud de A., que comenzó a amenazarla con ir a la isla para hacerle daño, Uchizawa fue a la ventanilla de consulta de la policía de Shōdoshima. Al hacer las comprobaciones del caso con la Sección de Asuntos Penales de dicha policía, se descubrió que A. tenía antecedentes y que estaba usando un nombre falso. Justo un día después, A. se presentó en la isla y Uchizawa apenas tuvo tiempo para dejar su domicilio y ponerse a salvo.

La legislación entonces vigente incluía el correo electrónico entre los instrumentos de acoso, pero no las redes sociales. La reforma legislativa que incluyó también estas no llegó hasta junio de 2017, por lo que el caso de Uchizawa quedaba en un limbo legal.

“De aplicarse la ley contra el acoso, se habría podido emitir una orden de alejamiento y se habría podido también detenerlo en caso de quebrantamiento, es decir, que habría funcionado como freno para el acercamiento físico. Al final, apoyándose también en el hecho de que tal ley no fue aplicada, A. siguió en sus trece y no reconoció el acoso”.

Abogados que no empatizan con las víctimas

Uchizawa interpuso una denuncia por amenazas pero vaciló y se planteó retirarla por miedo a que pudiera desatar la ira de A. Pero la polícia no compartía sus dudas y trató de disuadirla de que la retirase. Retirarla significaría renunciar a la protección y eso también la asustaba. Sin saber que al día siguiente sería detenido, A. pareció “recapacitar” e hizo a la policía una llamada de disculpa. Por eso, no pudo entender su detención después de haberse disculpado y entró en cólera, sintiendo que había sido embaucado por Uchizawa.

Uchizawa estuvo viviendo durante algún tiempo en otra casa de la isla y cambió también de vehículo, eligiendo, para pasar desapercibida, un camionito blanco como los que usan muchos granjeros. La mudanza la hizo de noche y sin despedirse de los vecinos, como quien huye de sus acreedores.

“En Shōdoshima son muy amables con los turistas y siempre están dispuestos a explicarle a un forastero dónde viene este o aquel vecino. Además, entre los isleños hay muchos con parientes al otro lado. Yo vivía con el miedo a que alguien le comunicase a A. mi nueva dirección”.

Luego llegaron las reuniones con la fiscalía de Takamatsu y con el abogado de A. El fiscal le aconsejaba que, antes que exponerse a alguna venganza, sería mejor olvidarse del caso, y el abogado insistía en su pretensión de llegar a un acuerdo extrajudicial. Uchizawa, por su parte, consultó a un bufete de abogados que le había presentado un conocido, pero se dio cuenta de que el encargado ni comprendía la situación en la que quedaban las víctimas de acoso, ni empatizaba con ellas.

“Los abogados son profesionales del derecho, pero eso no hace necesariamente de ellos buenos comunicadores. Cómo llevar la negociación, si aceptar un acuerdo extrajudicial o no hacerlo, esas cosas tenía que hablarlas en profundidad con mi abogado. Yo atravesaba momentos de pánico y lo único que quería era que todo terminase rápidamente, porque me daba mucho miedo enfurecer todavía más a A., así que mi capacidad de juicio estaba bajo mínimos. Él podía haber previsto las reacciones del agresor y haberme mostrado las opciones que se me presentaban, aconsejarme que me tranquilizase, explicarme las posibilidades y peligros…, pero no hizo nada de eso”.

Los abogados de ambas partes fueron tramando un acuerdo con unas condiciones que se presentaban cada vez más desfavorables a los intereses de Uchizawa. Si bien se incluyó la prohibición de acercamiento físico, se insistió en la importancia de que no trascendieran los datos personales de A., que tenía antecedentes, y sin que Uchizawa fuera plenamente consciente de ello se la instó a comprometerse a no hablar a nadie del asunto si quería que la negociación llegara a buen puerto. Para ella, que venía escribiendo lo que pasaba a su alrededor, era muy difícil plegarse a la condición de no escribir sobre su propia experiencia como acosada. Desde el principio había tenido la idea de proponer en la negociación que se le permitiera escribirlo de forma que no pudiera deducirse la identidad del agresor. Pero, llegado el momento, se sintió embargada por un sentimiento de impotencia y no fue capaz de reaccionar diciendo que no firmaría el acuerdo extrajudicial.

“Tenía que haber dicho que me negaba a cerrar el acuerdo, pero no pude. Cada vez que lo recuerdo, me pongo a rabiar. Pero para cambiar de abogado, una vez más habría tenido que enseñarle al siguiente los humillantes mensajes que había recibido (ocho fueron reconocidos como amenazas por el tribunal), y explicarle que había conocido a A. a través de Yahoo! Partner (sitio de internet para encontrar pareja). Todo otra vez desde cero. Psicológicamente, se me hacía muy duro”.

Establecido el acuerdo extrajudicial, A. evitó ser encausado.

Hostigamiento en violación de las condiciones del acuerdo

Medio año después de la firma del acuerdo, A. envió un mensaje a una cuenta de LINE que Uchizawa había olvidado eliminar y, además, reanudó el hostigamiento usando profusamente el 2channel, un popular foro de Internet en el que suelen escribirse atrevidas opiniones valiéndose del anonimato. Ocurrió justo cuando Uchizawa había vuelto a cambiarse de casa, pensaba en su futuro y trataba de rehacer su vida.

“Lo que me resultó más imperdonable fue que me dijera que no tenía miedo por lo que yo pudiera hacer, que si lo llevaba a juicio por haber incumplido el acuerdo, él se escudaría en el hecho de que era beneficiario del sistema de ayudas públicas a la subsistencia para negarse a pagar ninguna indemnización por el incumplimiento. Esto colmó el vaso de mi paciencia y me convenció de que la única alternativa era luchar hasta el final”.

Cuando acudió a la ventanilla de consultas de la policía, le dijeron que aquel era un caso civil en el que la policía no podía interferir, pero le aconsejaron que mantuviera abierta su cuenta en LINE para ver qué ocurría.

“Ellos entendieron que los mensajes concernían al contenido del acuerdo y que era una forma de hostigamiento, pero que, al no haber amenazas que pudieran llevarse por la vía penal, el asunto quedaba fuera del radio de acción de la policía. Al final, fue posible llevarlo por lo penal solo porque A. hizo también referencias de carácter sexual”.

Finalmente, A. fue encausado por amenazas y difamación. Se dictó contra él sentencia de culpabilidad con 10 meses de prisión.

Los acosadores son enfermos

La policía, los abogados y los fiscales, ciertamente, cumplen su función dentro de sus atribuciones legales. Pero Uchizawa siente que no encontró a nadie que se solidarizase con ella y luchase a su lado. “Me gustaría que estudiasen mejor la psicología del acosador, los principios que rigen su comportamiento. Por ejemplo, el hecho de haber sido detenido pese a haber presentado sus excusas actuó como detonante en su segundo delito contra mí. Creo que si los abogados〔de ambas partes〕tuvieran un mínimo conocimiento sobre cómo piensan estas personas, podría haberse evitado”.

Uchizaba comenzó a estudiar seriamente el acoso cuando fue agredida por segunda vez. La primera vez, careció de la necesaria tranquilidad de espíritu. Y conforme profundizó en el tema, entendió que una parte de los acosadores son enfermos. Aunque, en aplicación de la ley contra el acoso, se les impongan penas máximas de uno o dos años de prisión, no hay ninguna garantía de que, una vez en la calle, no vuelvan a las andadas. Es necesario aplicarles un tratamiento. Durante sus investigaciones, Uchizawa supo de la existencia de la organización sin ánimo de lucro Humanity, dirigida por Kobayakawa Akiko, y encontró en ella, por primera vez, una verdadera aliada.

Uchizawa explica que mientras A. se encontraba en prisión preventiva, Kobayakawa mantuvo con él una entrevista de 20 minutos durante la cual A. aceptó someterse a tratamiento. Pero luego este se desdijo. Salió con que él era un alcohólico, pero no un acosador, y se negó a ingresar en el centro y someterse a tratamiento. Uchizawa pidió que se aplicase otra vez la orden de alejamiento al excarcelarlo, pero la policía prefectural rechazó su petición, por lo que hoy en día sigue sin saber dónde está su acosador.

“Es muy difícil hacer que un acosador reconozca su enfermedad y conseguir que se someta a tratamiento. Hay que coordinarlo con un especialista, pero todavía no se han establecido los cauces adecuados. Sería bueno que se destinase un presupuesto para la formación de psicólogos que conozcan a fondo los principios que rigen el comportamiento de los acosadores y para distribuirlos por todo el país. También sería necesaria una línea telefónica abierta las 24 horas del día y un sitio apropiado en la red”.

Seguir alzando la voz como víctima

Aunque represente una violación del acuerdo alcanzado, Uchizawa está decidida a escribir su experiencia mientras hace frente con todas sus fuerzas al segundo acoso de A.

“Al principio sentía un gran conflicto al no poder tratar cosas que, por mi oficio, no tengo otro remedio que tratar. Luego sentí la necesidad de escribir para que la gente supiera que las víctimas nos vemos obligadas a mudarnos de casa y a convivir con el miedo, y también para extender la conciencia sobre la necesidad de que los acosadores se sometan a tratamiento. Lo que dificulta que las víctimas de acoso se unan en un movimiento similar al #MeToo es el temor a volver a sufrir acoso si su cara aparece en los medios. Sentí que, en tanto los que alzan la voz fueran una minoría, yo debía contar lo que me había ocurrido”.

Ahora, Uchizawa desea también que su libro sea leído en la policía y en el poder judicial. “Acosadores que necesitarían tratamiento, al final, son simplemente juzgados por lo penal, por amenazas o daños. Como la policía canaliza las denuncias de acoso a través de su ventanilla de consultas, los únicos que vienen a las charlas sobre el tema son los de esa sección, y no comparten los conocimientos con los agentes que llevan los casos criminales. Me gustaría que, por lo menos, leyesen mi libro”.

Cuando Uchizawa comenzó a publicar su experiencia en 2018, en una serie de artículos escritos para el semanario Shūkan Bunshun, A. se enfadó y presentó sus quejas a Kobayakawa. Esta se las arregló para calmarlo, pero Uchizawa teme que pueda volver a ocurrirle algo.

“Todavía no he hecho público en qué lugar de la isla resido. He dispuesto para que no me lleguen directamente a casa los paquetes que me envían. Este asunto ha marcado un antes y un después en mi vida. Pero mi vida ya había cambiado considerablemente otras veces: sufrí una mastectomía doble debida a un cáncer, me mudé a esta isla… Viéndolo así, lo único que puedo hacer es seguir adelante”.

Reportaje y texto: Itakura Kimie (redacción de nippon.com)

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