Yamazaki Mari, una autora de manga que rompe moldes

Cultura Manga

A los 14 años viajó sola por Europa y a los 17 se fue a estudiar a Italia. Desde entonces ha vivido también en Siria, Portugal y Estados Unidos. ¿Cómo ve el Japón actual esta artista que traspasa los muros del manga actual con su obra gracias a su experiencia intercultural?

Un arquitecto de termas de la antigua Roma aparece de repente en un baño del Japón actual, donde el contacto con objetos como una visera de ducha y una palangana con el dibujo de una ranita lo deja pasmado ante los avances de la civilización de los “caras planas”. Esta historia tan absurda como desternillante convirtió el manga Thermae Romae en un superéxito de ventas que superó los 9 millones de ejemplares. Las dos películas basadas en la misma obra, Thermae Romae (2012) y Thermae Romae II (2014), se situaron entre las más taquilleras de sus respectivos años de proyección. Y el fenómeno sigue fresco en la memoria de los japoneses.

YAMAZAKI MARI La idea de Thermae Romae se me ocurrió a raíz de una carencia que sufría en Lisboa. En aquel entonces vivía con mi marido y mi hijo en una casa de madera de ochenta años de antigüedad. Era una construcción añeja, llena de rendijas por donde se colaba el aire, y sin bañera. Así que yo no tenía ni dónde darme un baño para aliviar los males típicos de dibujante, como son el agarrotamiento de las cervicales y el dolor lumbar.

Echaba tanto en falta el baño que acabé comprándome una especie de barreño para remojarme un poco, pero con eso una japonesa no tiene ni para empezar (risas). La añoranza por los baños públicos y las fuentes termales de mi país —cuántas veces murmuré “quiero una bañera, necesito una bañera…”— fue creciendo en mi cabeza, y creo que de ahí nació la fantasía de relacionar las termas de la Roma antigua con los baños japoneses contemporáneos.

El manga Thermae Romae es una comedia en la que las termas de la antigua Roma se mezclan con la cultura del baño —baños públicos, aguas termales, etc.— del Japón actual. Se ha traducido a ocho idiomas y tiene lectores en todo el mundo. En la fotografía, las portadas de los seis tomos de la serie, publicada por Enterbrain.

El espíritu viajero, una herencia materna

ENTREVISTADOR Ha dado muchas vueltas por el mundo. Primero vivió en Lisboa acompañando a su marido —el italiano Beppi Chiupanni— en sus investigaciones sobre cultura comparativa. Luego vivió en la región del Véneto, en el Cairo, en Damasco y en Chicago. En la adolescencia, además, se embarcó en la aventura de trasladarse a Italia sola para estudiar en la Academia de Bellas Artes de Florencia. Como reza el título de una de sus obras, parece que ha vivido una “vida sin fronteras”.

YAMAZAKI MARI Las frases clave de mi vida son “improvisar sobre la marcha” y “dejar que decida el azar” (risas). Me crie en una familia atípica en Japón, formada por mi madre, mi hermana menor y yo. Mi madre era una persona muy especial. En una época en la que la convención social de que las mujeres deben casarse y formar una familia era aún más fuerte que hoy en día, ella se negó a que le buscasen marido y decidió marcharse de Tokio a Sapporo, donde no tenía a nadie, para labrarse un nombre tocando la viola en la Orquesta Sinfónica de Sapporo.

Fue en Sapporo donde mi madre conoció a mi padre, director de orquesta, que falleció de una enfermedad cuando yo todavía era pequeña. Sin darse tiempo para hundirse en la pena, mi madre siguió tocando y viajando allá donde le saliera trabajo: Wakkanai, Hong Kong… Mi hermana —a quien llevo dos años— y yo nos convertimos en las típicas “niñas de la llave” (menores que llevan las llaves de casa porque cuando vuelven de la escuela sus padres están fuera trabajando).

En aquella época los conceptos de “familia sin padre” y “niños de la llave” tenían connotaciones negativas, pero yo veía que mi madre, que se espabilaba por su cuenta y se ganaba la vida con su pasión por la música, era libre. Observar cómo vivía ella me liberó de las fronteras nacionales y los roles de género, permitiendo que avanzara por la vida con la idea de que soy persona antes que mujer.

ENTREVISTADOR A los 17 años abandonó su instituto de bachillerato católico en Tokio y se fue a Italia a estudiar bellas artes. ¿No tenía dudas ni temores?

YAMAZAKI MARI Para nada. El dibujo me gustaba de una forma instintiva. Cuando informé a las monjas de mi colegio de que dejaba el bachillerato para ir a Italia a estudiar pintura, me soltaron un buen sermón sobre cómo con eso no iba a ganarme la vida, pero yo no vacilé ni un segundo. Aunque debo admitir que lo de estudiar en Italia fue una decisión bastante fortuita (risas). Todo empezó a los 14 años, cuando mi madre tenía que ir de viaje a Europa pero le surgió un imprevisto y me ofreció aprovechar el viaje en su lugar.

Mientras iba de Francia a Alemania en tren durante el viaje, un señor mayor italiano me habló de repente para preguntarme adónde iba y para qué. En aquel tiempo estaba considerando ir a estudiar bellas artes en Londres y me estaba preparando para ello. Cuando le expliqué mi situación, exclamó “¿Pero qué clase de padres envían a una niña sola de viaje?”. Después del acceso de preocupación e indignación, pasó al tema de mis estudios y, cargado de convicción, sentenció: “Para estudiar bellas artes, ¡no hay lugar mejor que Italia!”. Ahí empezó la amistad entre aquel italiano y mi familia.

El señor se llamaba Marco Tasca y era un ceramista conocido en la región de Italia donde vivía. Veinte años después de que falleciera, me casé con su nieto Beppi. Jamás hubiera imaginado que ese encuentro fortuito tendría tal impacto en mi vida.

Tiempos tempestuosos para una madre soltera

ENTREVISTADOR La primera vez que fue a Florencia de joven, en los años 80, encontró una librería que era como un refugio para los intelectuales de izquierdas, donde se reunían literarios, socialistas y exiliados políticos. Al parecer se sintió atraída por ese hervidero de ideas donde se discutía desde el surrealismo hasta los problemas laborales y en cuyo ambiente flotaban nombres como Passolini, Kawabata y Mishima.

YAMAZAKI MARI Me enamoré de un “poeta” italiano que frecuentaba la librería. Un “poeta” que, a pesar de defender apasionadamente los derechos de los trabajadores, no trabajaba. Durante un tiempo sobrevivimos con el dinero que me mandaba mi madre y lo que ganaba yo dibujando caricaturas y vendiendo accesorios en paraditas callejeras, pero alguna vez pasó que no pudimos pagar el alquiler, nos desahuciaron y tuvimos que pasar la noche en la estación.

Once años después de conocer al “poeta”, me quedé embarazada de mi hijo. Hasta el día de dar a luz me ganaba la vida y mantenía al “poeta” con la pintura. Al mirar atrás veo que en aquel momento estaba en una espiral de perdición, guiada por un instinto maternal mal entendido (risas). Pero al nacer mi hijo, decidí que en adelante solo iba a cuidar de él y me lo llevé de regreso a Japón. Fue cuando intentaba reunir el dinero necesario para volver a mi país cuando aprendí a dibujar manga por mi cuenta. Empecé a presentarme a concursos de autores noveles de revistas de manga japonesas y terminé ganando un premio especial; con eso emprendí el camino para convertirme en autora de manga.

YAMAZAKI MARI Con todo, el manga no me daba suficiente para vivir. Tenía que compaginarlo con otros trabajos, como dar clases de italiano en la universidad o hacer reportajes para la televisión, y con la crianza de mi hijo. Era una auténtica pluriempleada. Uno de mis trabajos en ese “pluriempleo” era como curadora de intercambio cultural entre Japón e Italia, y me obligaba a viajar a Italia a menudo. En uno de esos viajes conocí a Beppi. Hasta aquel momento habíamos oído hablar el uno del otro, pero no habíamos tenido ocasión de vernos.

Beppi se dedicaba a la investigación sobre cultura comparativa, y conectamos enseguida conversando sobre historiadores renacentistas. Creo que le emocionó haber encontrado a alguien con quien poder hablar de temas tan minoritarios. Cuando volví a Japón, empezó a mandarme cartas interminables, hasta que un día me llamó desde Italia y me pidió que me casase con él entre tartamudeos. Su insistencia me venció y acabé accediendo. Le dije: “Vale, de acuerdo, nos casaremos. Pero no me vas a dar ninguna sorpresa, ¿verdad?”. Y fue casarnos y empezar una vida nómada en familia, con mi marido y mi hijo. Pasamos por El Cairo, Siria, Lisboa… Volvía a estar a merced de la tempestad de la vida (risas).

La distancia cultural entre Japón e Italia

ENTREVISTADOR Aunque en la rústica Lisboa halló un remanso de paz entre tanto movimiento, ¿no es cierto que allí concibió Thermae Romae, obra con la que cosechó un éxito inesperado y sin precedentes, y con la que se vio inmersa en una nueva “tempestad”?

YAMAZAKI MARI Tenía asumido que pasaría la vida dibujando en el anonimato y sin dejar rastro. Y ya me parecía bien. Pero de repente pasé a estar ocupadísima. Hasta mi marido me echó en cara la falta de tiempo para dedicarme a la familia. Haga lo que haga, siempre estoy en el ojo del huracán. Esa es mi vida.

Sin embargo, esa tempestad continua me permitió desarrollar una visión objetiva de lo bueno y lo malo de mi país. Del tema de la comunicación, por ejemplo, del que tanto se habla últimamente: creo que los japoneses somos un pueblo que lee entre líneas, que comunica matices emocionales muy sutiles con pocas palabras. Por el contrario, los italianos se ponen a sí mismos ante todo y dicen lo que piensan en voz alta. Su historia, sembrada de conflictos desde el periodo del imperio romano, ha convertido la idea de que “las personas no se entienden entre ellas” en un principio fundamental de su concepción del ser humano. Creo que por eso los italianos respetan de forma absoluta el individuo y la familia, mientras que los japoneses persiguen la harmonía social.

Otra diferencia evidente se refleja en el enfoque del urbanismo. En Japón, cuando los edificios viejos presentan inconvenientes, se destruyen sin más. Sustituir las construcciones viejas por otras nuevas se considera más práctico y lucrativo. En Italia, en cambio, es impensable deshacerse de los edificios antiguos, por más dinero que ofrezcan para hacerlo. Incluso en una ciudad comercial como Milán, a día de hoy sigue estando prohibido construir edificios más altos que el Duomo. No puede reducirse a un simple juicio de qué es mejor y qué es peor. Aun así, creo que Japón puede aprender mucho de países con una larga historia como Italia.

ENTREVISTADOR Según usted, ¿de qué puede presumir Japón ante el mundo en la era de la globalización?

YAMAZAKI MARI Pues de los baños termales, ¡cómo no! (Risas) Una vez hice de guía por Japón para un grupo de diez enérgicas italianas, y lo que más les gustó fue alojarse en un hostal tradicional con baños termales.

Les encantó la belleza del ambiente tradicional japonés, la hospitalidad y el detallismo, especialmente presentes en la comida. En los restaurantes y hoteles italianos el servicio suele ser algo brusco, o diría que hasta insolente (risas). También quedaron muy sorprendidas por el silencio que reinaba en el hostal por la noche, porque los italianos gustan de hablar hasta altas horas de la madrugada (risas). Los baños termales son un elemento cultural del que Japón debe sentirse orgulloso, y los japoneses deberían apreciar y legar esta cultura, igual que los italianos conservan sus ciudades antiguas.

Otra cosa de la que los japoneses deben enorgullecerse ante otros países es la dedicación al trabajo, la actitud discreta con la que se aplican diligentemente a su tarea. Se trata de una fiabilidad robusta, comparable a la del Toyota Corolla: no tiene nada de espectacular, pero no te dejará tirado aunque lleves años conduciéndolo sin cuidado alguno. Me parece realmente admirable. Esa dedicación es lo que ha convertido Japón en una de las primeras potencias artesanales del mundo.

Este espíritu artesano no se limita a los oficios tradicionales; esteticistas, cocineros e ingenieros también lo comparten. Sin esa perseverancia casi religiosa para ejecutar la tarea encomendada, Japón no habría desarrollado esa extremada atención por el detalle que le es propia. En un mundo globalizado en que se tiende a la homogeneización, esa cultura laboral es el rasgo que puede diferenciar a los japoneses del resto.

La globalización de la que hablamos hoy en día se basa en la cultura occidental. Pero la historia de Italia revela que digerir e integrar los elementos de otras culturas cuesta entre uno y dos siglos. Si en lugar de lanzarnos de forma apresurada y superficial a la globalización, fuéramos conscientes de la herencia histórica y cultural propia de cada país y región, esa historia y esa cultura tendrían muchas más posibilidades de sobrevivir.

Para mí la experiencia de haber vivido en Italia, en la extrema pobreza pero rodeada del arte más sublime de la historia, es un preciado tesoro. Me enseñó la importantísima lección de que el valor de la humanidad no se mide con dinero. Gracias a esa vivencia pude mantener la cabeza fría cuando de repente me vi manejando grandes sumas de capital.

La versión de manga creada por Yamazaki de la biografía de Steve Jobs escrita por Walter Isaac. Son seis volúmenes publicados por Kōdansha.

ENTREVISTADOR Ahora que su hijo vive por su cuenta y que han amainado esas “tempestades” vitales, se ha instalado con su marido en la vieja ciudad de Padua, donde se halla la universidad con la facultad de astronomía más antigua del mundo. ¿Cómo es la vida allí?

YAMAZAKI MARI Padua es un municipio antiguo, situado a treinta minutos en tren al oeste de Venecia. Tiene muchísimo patrimonio histórico; allí está, por ejemplo, la Capilla de los Scrovegni, que alberga la obra maestra de Giotto. Pero no depende solo del turismo, ya que también tiene industria en los alrededores. Cuenta con unos cimientos económicos sólidos que resisten a las tendencias pasajeras.

Padua no es la única ciudad de este tipo en Italia. En todo el país hay municipios antiguos que conservan su carácter propio: Boloña, Parma, Módena… Si tuviera que dar un consejo a Japón, sería este: en lugar de dejarse llevar por las tendencias del momento —que si globalización, que si turismo—, lo importante es conservar y legar aquello que es exclusivo del país en la vida cotidiana. Siento que en Padua la coexistencia harmoniosa del legado de distintas épocas es algo valiosísimo.

Esta doble vida que llevo entre Italia y Japón implica el doble de diversión pero también el doble de preocupaciones (risas). No resulta fácil, pero la pasión de los italianos por la vida y la forma en que la disfrutan con los cinco sentidos me parecen maravillosas. Y la experiencia que he adquirido en Italia, encrucijada de civilizaciones desde la antigüedad, relacionándome con personas de distintos países con trasfondos tan diversos, es lo que ha vertebrado mi vida.

Texto de Kiyono Yumi
Fotografías de Ōkouchi Tadashi

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