El budismo en Japón

La violencia en el budismo japonés

Cultura Historia

En las enseñanzas originales del budismo, la violencia se rechaza por completo. Sin embargo, el uso de la violencia se toleraba en la comunidad budista japonesa, donde no funcionaba el Vinayapiṭaka, que contenía los preceptos establecidos por Shakamuni. Esta idiosincrasia llevó a la creación de soldados sacerdotales y a la revuelta de los ikkō-ikki, y más tarde condujo a la cooperación de los monjes budistas a favor en la Segunda Guerra Mundial.

En la quinta parte de esta serie hemos aclarado que en el budismo japonés no existen sanghas (organizaciones autónomas de monjes que viven según las enseñanzas de Buda) y que la ley que rige las sanghas, el Vinayapiṭaka, tampoco funciona. Esta situación ha permanecido inalterada durante casi 1.300 años, desde la introducción del budismo en Japón hasta nuestros días.

La falta del Vinayapiṭaka en funcionamiento ha llevado a los monjes budistas japoneses a adoptar un estilo de vida único que no se encuentra en el resto del mundo budista. Según el Vinayapiṭaka, no realizar el ritual de upasampadā (aceptar los preceptos) al ordenarse, beber alcohol, casarse y tener familia son actos ilegales sujetos a castigo, pero en el budismo japonés, donde no se reconoce la existencia del Vinayapiṭaka, estos no se consideran problemas en gran medida. Serían nada más que, en peor de los casos, objeto de críticas por ser indeseables en la conciencia social. Una de las más importantes y graves de estas características únicas del budismo japonés es la afirmación de la violencia.

En el Vinayapiṭaka, está absolutamente prohibido que los monjes utilicen la violencia contra los demás. Nunca se les permite luchar con armas en las manos ni emplear la violencia, ni siquiera cuando reprenden a un discípulo por necesidades educativas. Incluso está prohibido que los monjes presencien desfiles militares. Algunas religiones no budistas creen que los actos malvados de violencia están prohibidos, pero se permite la violencia justa para eliminar a quienes amenazan su religión (la llamada ideología de la guerra santa), pero el budismo tampoco lo permite. Toda violencia se condena como un acto de desobediencia a las enseñanzas de Buda.

La afirmación de la violencia debido a la ausencia de un código de conducta

El budismo original, fundado por Buda en la India, rechazaba absolutamente la violencia en este sentido, pero en el transcurso de su larga historia, este principio básico se derrumbó y gradualmente se fue haciendo cada vez más a favor de la violencia. Se pueden encontrar casos de monjes que cometieron actos violentos en muchos países budistas, e incluso si los propios monjes no cometen actos violentos, sigue habiendo casos ocasionales de monjes que utilizan su autoridad como tales para incitar a los que están en el poder a cometer actos violentos. No obstante, mientras el Vinayapiṭaka esté en funcionamiento, estos actos están sujetos a castigo legal como “actos no budistas contra el Vinayapiṭaka”. Gracias al Vinayapiṭaka, los monjes budistas pueden protegerse del deseo instintivo de afirmar la violencia.

En el budismo japonés, sin embargo, el Vinayapiṭaka no funciona. En consecuencia, como es natural, se ha condonado activamente la violencia utilizando la idea de la guerra santa. Se ha llegado a aceptar la actitud afirmativa de la violencia, como “es permisible que los monjes utilicen la violencia si es en defensa de las enseñanzas budistas” o “la lucha violenta en defensa de las enseñanzas budistas es una buena acción que debe hacerse de buena gana”.

El problema es que las “enseñanzas budistas que hay que defender” aquí nunca se refieren al budismo principal predicado por Buda, sino a las enseñanzas de la secta o culto al que pertenecen los monjes individuales. En otras palabras, consideran que la violencia para proteger su posición, autoridad o beneficio es un acto budista legítimo.

Dado que el budismo japonés en su conjunto se desarrolló sin el Vinayapiṭaka, esta actitud de afirmación de la violencia se extendió por toda la comunidad budista japonesa, independientemente de la secta. El hecho de que la comunidad budista en su conjunto afirme la violencia “justa” y que la sociedad general que apoya a la comunidad budista no se sienta incómoda con esta actitud es una notable expresión de la singularidad del budismo japonés, que no tiene un Vinayapiṭaka.

Un ejército de monjes violento y desbocado

El budismo de Nara y las sectas Shingon y Tendai, vinculados a la sociedad aristocrática y con muchos intereses creados, utilizaban la violencia para defender su posición. Un ejemplo típico es el “ejército de sacerdotes”, conocido como sōhei. Muchos templos, como el Tōdaiji, el templo representativo del budismo de Nara, y el Enryakuji en Kioto, el templo principal de la secta Tendai, tenían sus propios ejércitos sacerdotales, que cometieron en repetidas ocasiones actos de anarquía que ni siquiera el emperador podía controlar.

Por otro lado, las sectas budistas más recientes que surgieron en oposición a la secta Tendai, que era la religión madre de ellas, utilizaron la violencia para expandir su nueva esfera de influencia. Las rebeliones ikkō-ikki de la secta Jōdo Shinshū son representativas de ello. El fundador de la secta, Shinran, era un hombre humilde y no utilizaba la violencia en modo alguno, pero los organizadores que le sucedieron crearon una poderosa fuerza militar para enfrentarse a los poderes antiguos budistas y las autoridades que obstaculizaban su expansión. Su fuerza militar era tan poderosa que mantuvieron el control total sobre vastas zonas de Echizen, Kaga, Mikawa y Kinki durante unos 100 años entre los siglos XV y XVI. Este tipo de expansión violenta del poder no se limitó a la Jōdo Shinshū. Fue más o menos un fenómeno en muchas de las sectas budistas emergentes de la época, donde era aceptable que los monjes cometieran actos de violencia.

Cooperación de la comunidad budista japonesa en la Segunda Guerra Mundial

Más tarde, a medida que el poder se fue concentrando y el shogunato Tokugawa gobernó Japón en su conjunto durante el periodo Edo (1603-1868), todas las sectas budistas quedaron distribuidas de forma estable bajo el sistema político del shogunato y la naturaleza violenta del budismo quedó eclipsada. Sin embargo, no se comprendió el principio básico del Vinayapiṭaka de que “los monjes no deben ejercer la violencia en ninguna de sus formas”, lo que condujo a un peligroso estado de quietud en el que la violencia saltaría inmediatamente a la palestra si cambiaba la situación social circundante.

Cuando terminó el periodo Edo, dejó de existir el shogunato Tokugawa y comenzó la era Meiji, en la que el nuevo Gobierno promovió la nacionalización del sintoísmo. La recién promulgada “Orden de separación del sintoísmo y el budismo” diferenció el sintoísmo y el budismo, que hasta entonces habían sido tratados como una misma cosa, y situó el segundo por debajo del primero. De este modo, Japón se convirtió en un estado sintoísta centrado en el Emperador y la comunidad budista adoptó un sistema de cooperación con las fuerzas sintoístas de nuevo cuño centradas en el Emperador. La razón principal fue el temor a la futura afluencia del cristianismo desde el extranjero, que trataron de impedir mediante un frente común con el poder estatal. Con el objetivo común de eliminar el cristianismo, las comunidades religiosas se unieron y el budismo japonés se convirtió en un grupo de apoyo al poder estatal centrado en el Emperador.

Cuando Japón finalmente entró en guerra con China y las potencias occidentales, la naturaleza violenta del budismo japonés, que hasta entonces había permanecido en la sombra, reapareció bajo la causa de “la unificación de Asia por el Emperador para crear un mundo pacífico y centrado en Japón”. La cuestión de cómo cooperó el budismo japonés en la Segunda Guerra Mundial, y hasta qué punto los propios monjes tomaron parte en los combates, permaneció oscura durante mucho tiempo tras el fin de la guerra, pero recientemente han aparecido algunos estudios que arrojan luz sobre la situación real.

Durante la guerra, aunque hubo quien criticó duramente la complicidad de la comunidad budista en la contienda, la mayoría de las sectas, desde las más altas esferas, cooperaron activamente en la contienda. Emitieron proclamas a sus seguidores para que fueran a la guerra, recogieron donativos para la fabricación de armas y difundieron doctrinas que equiparaban al Emperador con Buda. Se revivió la vieja lógica: “La violencia en defensa de la propia justicia es permisible”.

Cuando Japón perdió la guerra y el propio Emperador declaró que el mundo religioso japonés, que se había construido a su alrededor, se había derrumbado, la estructura religiosa de Japón desapareció de la noche a la mañana y el país se transformó en una democracia a un ritmo alarmante. En medio de este cambio, la naturaleza violenta del budismo japonés ha vuelto a desaparecer entre las sombras, y hoy en día no existe ni una pizca de violencia en el budismo japonés (aunque todavía hay quienes afirman la violencia dentro de los centros de formación del budismo zen). Sin embargo, el principio básico de que “los monjes no deben ejercer la violencia en ninguna de sus formas” sigue sin estar generalizado. Se trata de un reto futuro que el budismo japonés, que no cuenta con el Vinayapiṭaka, deberá superar.

(Traducido al español del original en japonés. Fotografía del encabezado: La takekirieshiki, la ceremonia de corte del bambú, se celebra cada mes de junio en el templo Kurama, en el distrito de Sakyō, Kioto. Monjes vestidos de soldados sacerdotes cortan bambú verde considerado serpiente gigante orando por una buena cosecha. Jiji Press).

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