Los japoneses protestan… ¿pero cuánto?

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Manifestantes marchando hacia el Kantei para demostrar su oposición a la reinterpretación de la Constitución por parte del gabinete de Abe para que se permita a Japón ejercer el derecho a la autodefensa colectiva, 30 de junio de 2014.

Que Japón es un país en el que se valora la congruencia y la armonía por encima de todo es un hecho ampliamente consensuado. Durante muchos años he aceptado esta premisa al pie de la letra, y he supuesto que esta característica de la sociedad japonesa se basa en la hipotética ausencia de cualquier tipo de desobediencia civil a gran escala, o de huelgas y manifestaciones que tanto se producen en otros lugares del mundo. 

Pero poco a poco he ido viendo que esto no ha sido siempre así. Cuando trasladé a mis amigos la pregunta de por qué hay tantos controles rigurosos de seguridad en el aeropuerto de Narita, me hablaron de los disturbios que se produjeron durante la construcción del aeropuerto en la década de los años 60 del siglo pasado, protagonizados por agricultores desesperados a los que habían expropiado sus tierras. También me hablaron del activismo estudiantil contemporáneo que imita el idealismo juvenil que se expresa en todo el mundo.  

Protestas antinucleares

Y entonces, en el caluroso verano con setsuden (ahorro energético) de 2011, el miedo y la incertidumbre sobre la reactivación de las centrales nucleares que habían sido desconectadas después del terremoto y tsunami del 11 de marzo y la consiguiente catástrofe en las instalaciones nucleares de Fukushima Daiichi vinieron a mi mente. El descontento por lo que se consideraba una falta de transparencia tanto por parte del Gobierno como por la Compañía de Energía Eléctrica de Tokio (Tokyo Electric Power Company, TEPCO), propietaria de la central de Fukushima, desembocó en una serie cada vez mayor de grandes manifestaciones (que todavía continúan), organizadas a través de las redes sociales, que para muchos se habían convertido en una fuente vital de información en medio del pánico y la confusión inmediatamente posteriores al terremoto. 

Estas concentraciones llegaron a reunir a varios grupos dispares: padres y abuelos de clase media preocupados; la sincera “vieja izquierda” de los baby boomers (personas nacidas tras la explosión de la natalidad de posguerra); los nuevos “activistas freeter”, que bailan y cantan alegres (jóvenes en edad laboral pero con trabajos precarios o todavía desocupados); organizaciones religiosas o ecologistas; y, dato ciertamente interesante, una pequeña facción uyoku de extrema derecha que aprovechó la oportunidad para despotricar contra el entonces gobierno del Partido Democrático de Japón y los males sociales que esta facción consideraba resultado directo de una influencia exterior inoportuna. La mayor de estas concentraciones, ocurrida el 29 de junio de 2012, se produjo como respuesta a la proposición de reinicio de los reactores de la central de Ōi de la Kansai Electric Power Company (Compañía de Energía Eléctrica de Kansai), con una cifra de asistencia cercana a los cien mil manifestantes. 

Pero yo sigo descartando a Japón como país de manifestaciones regulares, en especial si lo comparamos con el amplio contexto global de la Primavera Árabe y otras revueltas que van surgiendo en otras zonas del mundo. No obstante, en marzo de este año empecé a trabajar en el Nippon Press Center, que se encuentra al otro lado de la calle del parque Hibiya y cerca de la Dieta Nacional, del Kantei (la residencia oficial del primer ministro), de otras oficinas gubernamentales y de la sede de TEPCO. Durante estos meses me ha sorprendido lo que he visto.

Una vieja historia que sale a la luz

Casi a diario, el silencio de nuestra oficina queda interrumpido por estridentes consignas amplificadas mediante megáfonos. La brigada antinuclear es muy habitual, junto con varios sindicatos, grupos minoritarios y las invectivas enfervorizadas que lanzan las camionetas negras gaisensha del uyoku. A pesar de la mínima cobertura que les prestan los medios de comunicación, las manifestaciones y concentraciones se suceden, eso es innegable. Y son muy variadas. Y frecuentes. Y aunque la asistencia durante las tardes lluviosas de algún día laborable puede resultar irrisoria, no es menos cierto que a estas concentraciones (que deben ser aprobadas por la policía con antelación), acude a veces una cantidad ingente de personas.

Las manifestaciones de junio de 1960 contra los intentos del Gobierno de tramitar una revisión del Tratado de Seguridad Japón-EE. UU., que garantizaba la presencia sin fecha límite de las bases estadounidenses tanto en Okinawa como en otras zonas de Japón, llegó a congregar a 330.000 personas ante la Dieta Nacional para mostrar su enojo. Al final se produjeron enfrentamientos entre la policia y estudiantes que allí se manifestaban, y la universitaria de 22 años Kanba Michiko resultó muerta durante los incidentes, lo que la convirtió en una mártir para los activistas universitarios durante toda esa década.  

Encontré más información en la obra del director Ogawa Shinsuke, quien documentó en la filmación abajo indicada la vida rural en la zona de Sanrizuka, cuyos terrenos fueron asignados para la construcción del aeropuerto de Narita, y pude conocer el verdadero alcance de los violentos enfrentamientos entre la polícia y una coalición de agricultores, miembros de la izquierda y estudiantes, todos unidos para evitar esas obras. 

También supe del festival musical de Gen’yasai, que se celebró en Sanrikuza para llamar la atención sobre la situación, y la implicación de muchos de los músicos que me llevaron a visitar Japón por primera vez: Takayanagi Masayuki, Haino Keiji, y el grupo Zunō Keisatsu (Brain Police), cuya música extrema y revolucionaria fue también un intento de liberarción de las cadenas del statu quo. Otros amigos me contaron historias de padres y tíos que participaron y que fueron arrestados durante estas confrontaciones. Tal vez estos baby boomers no eran tan mansos como los pintaban. 

Estremecedor suceso en Shinjuku

Durante la tarde del domingo 29 de junio, el bullicioso distrito Shinjuku de Tokio quedó también alterado por el sonido de un megáfono, en esta ocasión empuñado por un anciano solitario. Lo que pronto diferenció este incidente en concreto respecto a otros fue el inestable lugar que había elegido ese hombre para hacerse ver: después de trepar por las vigas de una pasarela que conecta la estación con una zona comercial cercana, se sentó allí y empezó a pronunciar su diatriba. El tema, aunque pertinente, no habría captado la atención de demasiada gente si no se hubiese producido lo que sucedió a continuación. 

El hombre criticó durante aproximadamente una hora la propuesta de reinterpretación del Gobierno de la famosa Constitución pacifista de posguerra y de la actividad militar que este cambio de postura puede llegar a permitir. Cerca de las dos de la tarde, al ver que estaban colocando una escalera para llegar hasta donde se había parapetado, el hombre se roció de gasolina y se prendió fuego.  Los servicios de emergencia apagaron las llamas rápidamente y trasladaron al hombre al hospital, con quemaduras graves pero aparentemente consciente. A la hora de escribir este artículo, me consta que la situación del hombre le sigue impidiendo ser interrogado por la policía. 

Cabe decir que el suicidio como acto de discrepancia política (tanto de izquierdas como de derechas) tiene precedentes en Japón. Y como dato triste, durante los años posteriores a la catástrofe nuclear de Fukushima se han documentado numerosos casos de suicidios entre los desplazados.  

El Artículo 9 y el ambiente dominante

Durante los días posteriores al drama de Shinjuku se produjeron grandes manifestaciones ante las puertas de la Dieta en apoyo al Artículo 9 de la Constitución y en contra del aumento del gasto de defensa y la temida posibilidad de la implicación de las Fuerzas de Autodefensa japonesas en conflictos en el extranjero que la reinterpretación de esta cláusula puede llegar a producir. A pesar de la considerable asistencia, la policía mantuvo una presencia proporcional al número de asistentes, y adoptó una estrategia firme pero justa en el control de las personas, al menos en comparación con protestas similares en las que he participado en el Reino Unido. El ambiente entre los manifestantes (de nuevo un grupo muy ecléctico, pero esta vez, evidentemente, sin los elementos de la extrema derecha) fue de bastante reserva y obediencia. 

Las revisiones se aprobaron de todos modos, y aunque el gabinete ha confirmado reiteradamente que estos cambios no son ni de lejos tan generalizados ni tan duros como temen muchos ciudadanos, sigue habiendo una gran inquietud. 

Pero hasta que esa parte insatisfecha de la opinión pública no sea capaz de convertir esas masivas concentraciones en un número de votos decisivo cuando lleguen las elecciones, es improbable que su voz pueda llegar a hacerse oir demasiado en los pasillos del poder. Y cuando las políticas gubernamentales que hasta el momento parecen estar logrando una mejora de la situación económica de muchos (con algunas excepciones) puedan mantener su ritmo, y se confirme que las reformas en defensa no son tan drásticas como muchos han temido, tal vez entonces podrá apaciguarse esta creciente inquietud. 

Sin embargo, si como algunos expertos predicen, las recientes subidas de impuestos resultan insuficientes para evitar el colapso financiero, cada vez más acuciante por culpa de una población que sigue envejeciendo, una fuerza laboral que se reduce y la astronómica deuda pública de Japón, tal vez el rencor será más difícil de ignorar. El icónico Monte Fuji de Japón es un famoso volcán durmiente. ¿Qué paralelismos pueden trazarse con la voluntad política de los japoneses? 

(Traducido al español del original en inglés)

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